dimecres, 14 de juliol del 2010

(Natasha)

Ha muerto Natasha.

Me ha llamado un amigo para decírmelo este mediodía mientras yo comía con una amiga de Pamplona, con la consecuente enajenación mental y verborrea que comer con una amiga de la infancia a la que hace meses que no ves comportan.

Así que mi amigo me ha dicho por teléfono: "¿Sabes lo de Natasha? Se ha muerto". Y yo he dicho: "¿Quéééé?". Y él: "No sé más, me lo ha dicho S. Hablamos luego". Y mi amiga: "¿Qué pasa?". Y yo: "Nada, que se ha muerto Natasha, una del barrio... Bueno, ¿Qué decías?" Porque mi amiga cogía otro tren dos horas más tarde y a mí la noticia me ha pillado en otro mundo total, en el mundo de Pamplona, concretamente. Y la noticia de Natacha no venía ni de Barcelona, venía de lo más hondo del Raval y mi cabeza, en ese momento, habría tenido que hacer un viaje tan, tan largo y tan, tan bonito a ratos y tan, tan duro a otros ratos, que sólo tenía dos horas para hablar con Pamplona y no me he podido detener a hacer ese tipo de viaje.

Hace un momento, estaba en un bar con el amigo que me ha llamado este mediodía, y ha llamado A. y ha dado cuatro detalles más. Detalles tontos pero muy concretos. Y entonces ha pasado eso que pasa a veces en nuestras cabecitas tan idiotas: te dicen la información importante ("Ha muerto Natasha") y te pilla fuera de juego y no asimilas. Horas más tarde, te dan un par de números, una fecha, un par de datos tangibles y caes. Y te vienen a la cabeza cosas concretas: el día que un amigo me la presentó en La Concha (ella trabajaba entonces allá, de cigarrera); el día que G y yo la peinamos para uno de sus espectáculos del 23, lo nerviosa que estaba; ese otro día que se cabreó tanto porque la gente no la seguía; otro que, después de cantar, mi amigo F. aplaudiendo gritó "¡Rabo!" y ella contestó "¡Mejor rabo que cuernos!"; y todos los días que me la encontré en el súper... Y me doy cuenta de que ha muerto Natasha.

Para mí, Natasha encarnaba un poco la culminación del viaje, de uno de mis viajes. Yo soy de una ciudad pequeña y entré a Barcelona por la calle Mandri. Y cuando entré, todas las puertas (las mías) estaban cerradas y las tuve que ir abriendo y, cuando abrí la última, me encontré a Natasha y supe que había tocado más que hueso: meollo. Y no porque Natasha fuera como era sino porque, viendo su historia sin asustarme (no porque su historia asustara sino porque yo había sido muy asustadiza), supe que yo no podía ser más y que ya lo era todo. Y me fascinó. Y me horroricé y me reí a la vez, acordándome de cómo era yo en Pamplona.

Adios Natasha. La más grande. Sí.

Hay un plan para enterrar a Natasha; si pasáis por la Bata, el 23 o el Madamme Jasmine os lo contarán.