dijous, 5 d’agost del 2010

Ya, sí, bueno, interrumpo mi silencio y me olvido de mis vacaciones por un momento, pero es que tengo algo que contarles que me enorgullece bastante.

Yo cuando tenía 9 años, estaba enamorada de éste:



"Claro, qué lista", dirán. Pero tiene su mérito: 9 años son muy pocos para estar enamorada de Steve McQueen. Y menos que me parecen si pienso que, para entonces, no creo que mi padre me hubiera dejado aún ver ya ni "La gran evasión" ni "Papillon" ni "Le mans". Así que sospecho que me enamoré de él a base de ver fotos suyas en el Hola o el Semana (los únicos vicios de mi abuela según ella misma) y que acabé de mitificarlo hasta el infinito el día que murió, cuando yo tenía 8 años, que ya por entonces andaba yo un poquito obsesionada con la idea de la muerte (según mi madre).

Tengo pruebas de mi enamoramiento: hay una foto en la que salgo yo sentada en la cama de mi habitación de entonces. Llevo un vestidito azul con pechera de nido de abeja y, en la pared, en la cabecera de mi cama, hay un póster suyo que yo había pegado de manera muy muy chapucera dentro del marco de un retrato que un pintor callejero me había hecho en Benidorm. (Que me expliquen por qué íbamos de vacaciones a Benidorm y por qué mis padres pagaban por ese tipo de arte, por favor).

Luego, recuerdo ver sus películas y enamorarme aún más y pensar: pero qué ojo tengo...

Diez años después, hacia los 19, me enamoré de este otro tipo:



Ya. En esta foto está todo embarrado y sucio pero miren esta otra:



... yaaa; demasiado querubín.
¿Y esta otra?



¡Inmenso!

He estado viendo las dos exposiciones de su obra que hay estos días en Barcelona; primero la del Santa Mònica y después la del Caixaforum. Y viéndolas, no sólo he quedado convencida del buen ojo este que les decía que tengo desde pequeña (pregúntenle al artistaabans, pregúntenle, que me ha preguntado delante de la foto del Barceló joven: "Era guapo ¿eh?" y yo le he dicho; "Y lo es, y lo es...") sino que además he vuelto a convencerme de mi buen gusto artístico (perdonen la inmodestia) y me he dado bastante cuenta de paso, de que casi siempre me he fijado (platónicamente, se entiende, pero muchas veces en la vida real también) de gente que estaba yo convencida de que haría cosas grandes. Por ejemplo: a mi novio ecologista, cuando volvía de trabajar, siempre le preguntaba si había salvado ya el mundo, y se lo preguntaba totalmente en serio; mi amigo X. ha acabado haciendo un pepinazo de disco, con mi amiga M. me empeñé en empezar una relación epistolar que quedara para los anales de la literatura y con mi amiga G. fantaseamos con el libro sobre su vida y obra que haremos las dos juntas y que dentro de unos años deberá estar en todas las bibliotecas que cuenten con una buena sección dedicada a la haute couture.

Soy la típica pánfila que se enamora de la gente por su obra, que se cree a pies juntillas el "por sus hechos los conoceréis" y es capaz de volverse turulata por el "los" a nada que ha intuído por dónde irá el "sus hechos".

Y que, no sé, si encima voy a ver las exposiciones de "sus hechos" con cuatro amigotes y luego la tarde acaba en unas rondas de cervezas en las que empezamos haciendo una novela a diez manos y acabamos hablando de Arte, política y toros a un nivel que da a entender que tenemos todas las claves y todas las respuestas, entre platonismos y realismos, acabo yéndome a dormir creyendo que somos la élite de algo o la esperanza blanca de un mundo perdido y gris o qué sé yo qué.

Y todo esto por culpa de Barceló.