dimecres, 18 d’agost del 2010

Dietario de la tienda
Día 9. Miércoles

Apoyada en el mostrador, leo sin ningún tipo de disimulo "Et on tuera tous les affreux", de Vernon Sullivan, traducida del americano (sic.) por Boris Vian (juas!). Es una edición de 1965 -ya amarillea bastante- que le compré a un bouquiniste del Quai de l'Hôtel de Ville. Además, hoy llevo los labios pintados de rojo. No sé si hay causa-efecto pero, de esta guisa -con el vian, con mi pose de lectora apoyada desafiante en el mostrador y con el rouge-, he vendido tres camisetas, dos polos y un traje con su camisa y su corbata. Y cada vez que he pasado una visa por el datáfono (horrible palabro) he citado mentalmente al Nge de Cuerda "Qué bonita estampa hago".

Lo que pasa es que yo ya no mido el éxito de mis mañanas en la tienda por la cantidad de cosas que vendo sino por lo provechoso de las ideas que me vienen a la cabeza y, en este sentido, el balance del día ha sido tirando a negativo.

Supongo que simplemente, el libro de Vian ha hecho su función: la de acunar -por la que suspiraba el Werther de Goethe-, que al contrario que la de instruir (que puede dar para días, meses, incluso años de tirar del hilo, reflexionar, aprender y aplicar lo aprendido), tiene su efecto sólo mientras el lector no levante la vista de la historia.
A mí hoy, lo que me ha pasado es que leía con un cuarto de cerebro dedicado al autoregodeamiento en la imagen que les comentaba al principio, dos cuartos más pendientes de las peripecias de Rocky (el protagonista del libro) y el cuarto restante pendiente de si entraba o salía alguien de la tienda. Y también me pasaba que cuando la mitad lectora del cerebro se despistaba de las letras, me daba por pensar cosas como que algunos rincones de una tienda de ropa son lo más parecido a una habitación en la que alguien que no eres tú tiene una maleta a medio hacer. Y una maleta ajena a medio hacer, ahora que estamos en pleno verano y todo el mundo se va menos yo, lo único que me inspira es tristeza.

Cuando a mí algo me inspira tristeza, me lamento una milésima de segundo y vuelvo al libro.

He leído hasta que ha llegado el jefe, en el metro de vuelta y caminando por la calle, como hace Pau(*), desde la parada hasta casa. He abierto el buzón y me he encontrado más material para leer: nada menos que una postal con la que Marina Espasa retoma nuestra correspondencia literaria. ¿Hay mejor antídoto contra la tristeza que provocan las maletas ajenas a medio hacer que una carta escrita de puño y letra? Yo creo que no.



(*) ¡¡¡felicidades, Pau!!! (ja, sí, és demà, però demà ves a saber si t'escric el nom per aquí...)