dissabte, 21 d’agost del 2010

Dietario de la tienda
Día 12 (y último). Sábado

Abro la tienda media hora más tarde de lo habitual porque me he entretenido en casa preparando un cartel que quería poner en el escaparate, que decía:

"Para celebrar que es mi último día como dependienta en esta tienda, he decidido coger los bajos en sentido literal a todo el aquel que entre, independientemente de si compra algo o no".

Cuatro horas después, sólo había entrado un señor que, señalando el cartel, me había gritado desde la puerta: "Voy un momento a buscar a mi mujer y vuelvo con ella a ver qué le parece". No ha vuelto, claro.

¿Qué se creen? ¿Que no contaba yo con el factor "a ver qué le parece a mi mujer"? Una empieza a ser perra vieja y yo hoy lo que quería era estar tranquila en la tienda, disfrutando de mis últimas cuatro horas en este no-lugar en el que he pasado las mañanas de estas dos últimas semanas. El cartel era parte de ese plan y, por si fallaba, me había preparado una selección de música anticlientes: comprarse un traje mientras por los altavoces suena "Mi fracaso personal" de Astrud es, simplemente, imposible. Imagínense parados delante de un espejo, con una camisa, una americana y una corbata en pleno mes de agosto mientras Manolo Martínez va dejando ir la retahíla de versos que componen la letra de esa canción ("Personal, mi fracaso personal, mi fracaso personal, mi fracaso personal, mi fracaso personal, mi fracaso personal..."). Lo más probable es que, por mucho que intenten mantener la compostura, las hombreras de la americana se deslicen hacia abajo, la corbata se afloje, la camisa se arrugue y el pelo se despeine. Por no hablar de las bolsas que se harían en el pantalón y debajo de los ojos.

No soy novata en este tipo de acciones terroristas contra el ánimo colectivo. Recuerdo que hace no mucho mi amigo Jaume y yo teníamos un proyecto con el que conseguiríamos hundir en la miseria a todos los modernos de la ciudad. La cosa consistía en hacer un grupo: yo cantaría y escribiría las letras, él tocaría y compondría la música. Nuestro gran éxito sería una bomba contra el buen rollo: se titularía "No te quiere" y la letra iría así:

No te quiere
no te quiere
no te quiere
no te quiere
no te quiere
no te quiere
...

para acabar apuntillando al personal en la última estrofa con un rotundo:

Está jugando contigo

Queríamos conseguir añadir un segundo punto geográfico al mapa de cosas construidas por el hombre que pueden verse desde el espacio. Quedaría así: uno, la Glan Mulalla China, y dos, la Gran Zona de Depressió Mental i Anímica (el nombre sería en catalán por lo de las subvenciones), localizada en la intersección de la calle Nou de la Rambla y la avenida del Paral·lel, justo en el Apolo, sí, la sala de conciertos en la que nos consagraríamos como los nuevos Doctores No del terrorismo internacional (internacional porque por el Apolo pasa mucho guiri).
Todo esto no era porque sí, era una venganza por todas las historias que últimamente nos estaban pasando y que nos hacían sentirnos así de mal también a nosotros. Nos convertiríamos en el primer grupo-musical-terrorista-suicida de la historia: nosotros también moríamos de pena cada vez que ensayábamos la canción pero, tocándola por fin en vivo, conseguiríamos morir de pena matando de pena. El explosivo lo llevábamos dentro, sólo había que apretar el ON del sintetizador y dejar que pasaran cosas.

Nunca llegamos a hacerlo porque yo en el fondo, de tan buena, soy tonta (lo dice mi madre), y Jaume es mallorquín, o sea, sus planes son de cocción lenta. Pero ahí está la semilla. No pierdo la esperanza de volverme mala un día y que ustedes acaben si no oyéndonos a nosotros, al menos oyendo de nosotros.

Lo del cartel que les explicaba tampoco lo he hecho, claro. Seamos sinceros, a finales de agosto, un sábado por la mañana, no hace falta ponerse a ofrecer cogidas de bajos a maridos sin inicativa para estar de lo más tranquila en la tienda. Me he pasado la mañana planchando camisas sin parar. Lo que les decía: de buena, tonta.




Quería acabar este dietario con una recapitulación de todo lo que me ha pasado estos días en la tienda pero voy a hacer otra cosa: voy a poner aquí una foto.



Esta camisa la he doblado yo. No es tontería: aunque no se vean, lleva un montón de agujitas escondidas clavadas aquí y allá. Ya pueden coger ustedes la camisa, tirarla al suelo, sacudirla, toquetearla y volver a encajarla (desperfilada, seguro) en su estante, que no se descolocará ni un hilo.

Yo, hace dos semanas, no sabía doblar así una camisa. Y ¿para qué sirve doblar así una camisa? Pues sólo para que mi hermano y Pepi (la dependienta a la que he estado sustituyendo) sigan haciendo el Sísifo de lunes a sábado en el Macson de Llobregat Centre. Y ¿de qué me sirve a mí haber estado allí cuatro horas al día aprendiendo cosas de este tipo? Pues puede que de nada tampoco. No sé: vuelvan a empezar a leer desde el "Dietario de la tienda. Día 1" y juzguen ustedes mismos.

Gracias a todos.