divendres, 29 de juliol del 2011

Tengo una tomatera en casa. Es una superviviente.

Yo planté medio tomate cherry el año pasado, en primavera, en un tiesto del balcón. No llegó a salir planta entonces pero, hace unos meses, Joana se quedó a dormir un día y por la mañana, mirando mis plantas, me dijo señalando a un brote: esto es una tomatera, y sí, lo era.

Hoy, cuando he llegado de trabajar, he dejado mis cosas encima de la mesa y me he ido directa al balcón a ver la tomatera: tiene (bien, tenía) un tomatito. He visto que un gusano se lo estaba comiendo. Era la típica imagen de la manzana pero con tomate cherry. He pensado: joder, qué día; primero cojo una bici y la tengo que devolver porque iba frenada todo el rato. La aparco y el chivato se queda intermitente. Llamo para avisar y, después de cinco minutos esperando a que me cojan el teléfono, el chivato se vuelve rojo. Les digo que nada, que es igual, que pensaba que había devuelto mal la bici pero que se ha arreglado solo. Voy a otra estación y la pantalla está en negro: toda la estación está desconectada. Consigo coger una bici en pza. Universitat. Llego a casa en dos minutos sintiéndome un poco idiota por la cabezonería que me ha entrado de tener que volver a casa en bici sí o sí. Camino desde la parada más próxima hasta casa más rato que el que he estado encima de la bici. Llego a casa y me encuentro un gusano comiéndose mi tomate. Me quedo mirando al gusano y veo que además de comer está cagando una cosa verde. Yo no sé qué cagan los gusanos pero, viendo ese color, pienso: este gusano no está bien. Lo arranco de la planta con tomate y todo y lo tiro a la basura.

Pues eso: vaya día.

Han empezado las vacaciones.

dijous, 21 de juliol del 2011

Diu que...
Rajoy ayer habló con Camps y le dio a elegir entre la deshonra y la denuncia. Y yo, leyendo esto, me pregunto cosas, claro. Cosas como si a Camps le puede quedar algo de honra aún o como quién es Rajoy para dar a elegir a alguien con qué se puede quedar. Sigo leyendo y leo que lo que Rajoy quiere decir cuando dice "ser honrado" es "estar libre de condena", condena pública o conocida, se entiende, y llego a la conclusión de que el lenguaje político es así, muy de hacer prevalecer el resultado final sobre la actividad continuada. Camps, por lo que viene contándose y viéndose durante unos cuantos últimos años, de honrado no tiene nada, solo que no había habido tribunal terrenal que ratificara, transcribiera y sellara su conducta, así que, tralarí, tralará, miel sobre hojuelas, tú, que mientras no haya sentencia, ya puede haber sospechas, acusaciones y demás.

Es un poco como en el fútbol, que uno viene corriendo, le clava los tacos en el tobillo al otro por detrás, se los deja bien marcados, pero si el árbitro estaba mirando para el otro lado, aquí no ha pasado nada; no consta. Uno ya puede pegarse toda la liga siendo un bully integral con todos los delanteros que se le crucen en el camino, que si el árbitro no lo va apuntando, acabará la temporada con un expediente impoluto y la honra intacta. Así que ¿que te toca un árbitro atento? No juegues ese día, retírate y la ficha como una patena, y aquí gloria durante toda tu carrera deportiva y después paz en tu esplendoroso retiro, por este orden. Y eso si te dejan retirarte, claro, que con semejante curriculum de campeón, todo es cuestión de estar una temporadita pagando con tu sueldo los recibos de los trajes de El Corte Inglés, hasta que acabe sonando el teléfono para ofrecerte un despachito en Madrid al que llegarás con las manos bien lavaditas y cara de cuánto os he echado de menos, ¡que yo no sé sino vivir para vosotros, afición!

Ay, qué lejos está Japón.

dimarts, 19 de juliol del 2011

Pensaba que me quedaban unas treinta páginas para acabar El mar, de Blai Bonet, y resulta que sólo me quedaban dos y que todas las que venían detrás era un postfacio -maldita sea- que me ha pillado pensando -maldita, maldita sea- en lo poco que tiene que ver esta novela con la referencia que a la inmensa mayoría le viene ahora a la cabeza cuando piensa en niños y en hospitales.

...

Pensando en Albert Espinosa, me ha pillado el final de El mar.

MALDITA, MALDITA, MALDITA SEA.

diumenge, 17 de juliol del 2011

Hugo Chávez se va de Venezuela a La Habana a que le hagan un tratamiento de quimioterapia y, antes de subir al avión, se hace una foto con el periódico del día, que es como dedicarle un corte de mangas a quien quiere que te mueras.

Como el empeño enfermizo (perdonen la redundancia de lo de enfermizo en el caso de Chávez) en demostrar que lo que se dice es verdad suele ser cosa de mentirosos, a mí me ha dado por pensar que puede que Chávez lleve días muerto pero que, antes de morirse, su departamento de propaganda decidió que se cambiara de ropa unas cuantas veces seguidas y se hiciera, a cada modelito, una foto con un diario especialmente impreso para la ocasión. Portadas de diarios con noticias previsibles, adelantadas -para la foto- a antes de la muerte de Chávez, cosa que, recuerden, ya ha pasado.

Ahora, el mismo departamento de propaganda estaría cruzando los dedos por que no pase algo imprevisible merecedor de una primera plana -un terremoto, un accidente masivo, la resurrección de Chávez (este último debe de ser el notición que debe de soñar protagonizar cualquier dictador en su lecho de muerte y si pasara en el caso de Chávez, que está oficialmente vivo, la gente se tomaría la noticia como una tomadura de pelo).

El departamento de propaganda también estaría ahora empezando a manipular el presente con el fin de encaminar las cosas para que cuadren las notícias correspondientes a las portadas de los días 5 de marzo de 2012, 9 de noviembre de 2012 y 2 de mayo de 2013, por ejemplo, si se ha decidido que Chávez sigua vivo hasta entonces.

Porque esa es otra: ¿hasta cuándo se ha decidido que Chávez esté vivo?

Y en este punto me ha venido a la cabeza Ariel Sharon.
Leer 'L'alcool et la nostalgie' y creer oír mientras los catacloncs de los zapatos de los escritores que tienes encumbrados desde hace años, al descender peldaños para dejar pasar al nuevo.
'L'alcool et la nostalgie' o marearte de nuevo, presa, como siempre, de lo que te estás perdiendo por puro desconocimiento y lo que te perderás por puro morirse antes de que llegue o te dé tiempo a descubrirlo.

Así de bueno es el libro nuevo de Mathias Enard. Y punto.

J'ai même vu un cimetière, Vladimir, un cimetière magnifique, aux croix de bois peintes elles aussi dont les tombes sont circonscrites par un petit parc, on aurait dit un lieu magique où enterrer des poupées, des poupèes russes, comme nous trois, trois matriochki entrées l'une dans l'autre se sont séparées, j'étais la plus petite, j'étais la plus petite, Vladimir, je profitais de votre chaleur à tous deux, j'oublidais mon vide intérieur dans cette cavité d'amitié, voilà le cimetière où il faudrait t'enterrer, Vladimir...

divendres, 15 de juliol del 2011

Me pasa que yo, cuando me levanto y tengo toda la mañana para estar en casa, no me ducho en seguida: me siento delante del ordenador y apunto cuatro cosas así sueltas, luego me meto en la ducha y las cuatro cosas acaban enlazándose por el arte del birlibirloque (inciso: me parece muy fuerte que birlibirloque no esté en el DRAE), salgo, me seco, me vuelvo a sentar delante del ordenador y escribo parrafadas que ustedes tienen a bien en leer si las cuelgo por aquí o no pueden tener a bien en leer aunque quieran, porque no están colgadas en ningún lado.

Entonces, ahora, también me pasa que he decidido que este agosto me voy a centrar en parrafadas más largas de las que no cuelgo, más que nada porque esto de leer los consejos de Ian McEwan o las reflexiones de Unamuno sobre el arte de lo que ellos hacen, deje de ser para mí una especie de recreación del momento de la lectura de aquel libro de Stanislav Lem: aquel de prólogos y manuales de instrucciones de cosas o actividades que nunca existieron ni iban a suceder. No sé si me entienden. Desde hace años voy recortando, subrayando y/o transcribiendo todo lo que la gente tiene que decir sobre escribir, y mientras recorto, subrayo y/o transcribo pienso: esto, para cuando me ponga, pero no me acabo de poner, así que, de momento y si no le pongo remedio al asunto, lo único que tengo es una bonita colección de consejos que no están llegando a acabar de servir para nada.

Y estoy harta.

Esto quiere decir, básicamente, que en agosto me voy a duchar muchas veces.

dijous, 14 de juliol del 2011

Salgo del trabajo, que no de trabajar, y, de camino hacia el Centro Comercial La Maquinista, entro en la librería Bertrand -ahora Casa del Libro- para comprarme los cuentos completos de Unamuno.

Ese, te, uuuu... subo los ojos por la estantería... ¡U!, arriba del todo. Miro a un lado. Miro al otro. Ningún librero a la vista. Miro a un rincón. Veo una banqueta de plástico con ruedas. Da miedo subirse a una banqueta de plástico con ruedas para alcanzar un libro del último estante pero, como es de Unamuno, pienso mira, si me la pego, será la experiencia completa: darse de morros con la realidad -en forma de estante en el que dejarse los dientes primero (antes de abrir el libro) en forma de literatura después (una vez abierto)-. No me la pego, de hecho, cumplo el objetivo de alcanzar y bajar el tocho con una cierta gracia (hey, ¡aún soy joven!) y sigo mi camino hacia La Maquinista pensando que la lección de dura realidad que no me ha dado el estante, aún me la puede dar el entorno antes que Unamuno. Qué festival.

La Maquinista, la realidad, está en Sant Andreu después de cruzar las vías. Uno entra allá y ve pasar la vida con todas sus etapas y por orden cronológico ante sus ojos:

-Nacer: tiendas para embarazadas.
-Crecer: jugueterías, tiendas de ropa de niños.
-Reproducirse o no: Sensualone.
-Pasar el rato: Fnac, cafeterías.
- y ¿morir? Morir no está. Falta morir, en los centros comerciales. No cabe aquí esa idea disuasoria del consumo. Pongan una tienda de mármoles en un centro comercial, y adiós al negocio. Es bastante lógico si lo piensan.

He venido al centro comercial de los inmortales a organizar una sesión dedicada a la autoestima. La tentación de darle carpetazo al asunto cogiendo el micro y diciendo: ¿quieren un consejo? Ya que están aquí, vayan a comprarse un par de buenos zapatos, crece conforme me acerco al forum de la fnac.

También voy preguntándome por el camino cómo es posible que no haya más literatura de centros comerciales. ¿La hay pero no la conozco? Lo más parecido que se me ocurre es aquel libro de Miqui Otero que pasa en un parque de atracciones. Digo lo más parecido pero no lo es: estamos hablando de todas las etapas de la vida frente a una sola, que no es ni etapa, que es solo ilusión de congelar una de ellas, la de crecer, en un momento eterno; y lo de eterno también es ilusión, que eso de la muerte a veces se cuela, en los parques de atracciones.

Y todo eso voy pensando hasta que llego a la Fnac. Y a partir de aquí, el resto es trabajo. No voy a aburrirles. Sólo diré que en Fnac La Maquinista, la desorganización impera. Bueno, ya va de eso la etapa vital del crecimiento, la inmadurez. Salimos de allí de todo menos más adultos. Aún nos quedan tres días. Ya les contaré en qué acaba todo esto.

dimecres, 13 de juliol del 2011

Me pasa que:

-Le mando un cuento a alguien para que se lo lea y me dé su opinión e inmediatamente, mientras no me contesta, me pongo a escribir otro como una posesa por el puritico agobio de que he hecho uno y ya está enviado, que es como darlo por terminado, así que tengo que demostrarme que puedo hacer más.

-Preparo unas albóndigas, las pongo al fuego y me pongo inmediatamente a hacer una ensalada por la agonía de que un plato ya está en marcha, sentenciado, pero igual es poco, igual me he pasado con la sal: necesito una alternativa que demuestre que las albóndigas no son todo lo que sé hacer.

-Le envío a alguien un mensaje para quedar y, en el tiempo que tarda en responderme, me pongo en pensar en otros planes para ese mismo día y hora que le he propuesto, para que no parezca que me lo juego todo a una carta y, si no sale, me voy a quedar en casa lamentándome por mi falta de recursos.

Y supongo que así es como progresamos los inseguros, pareciendo, encima, que somos gente desenvuelta y llenos de ases en la manga.

dilluns, 11 de juliol del 2011

Dietario de la tienda. Día 9

Segundo sábado de rebajas. Ni la mitad de gente que el día 2, primer sábado de rebajas. Los precios son los mismos, tenemos las mismas prendas (hicimos una reposición a mediados de semana), pero una semana más tarde, la fiebre compradora desatada por el 15% de descuento anunciado en el escaparate parece haber remitido.

El público responde a estímulos inmediatos preestablecidos, está claro. Todo el mundo sabe que el 1 de julio empiezan las rebajas igual que todo el mundo sabe que desde días antes la mayoría de las tiendas se han sacado ya de la manga ofertas que, por normativa, no pueden llamarse rebajas pero lo son. La realidad es que para cuando se cuelga el cartelito en el escaparate, el mundo lleva ya un par de semanas con los precios reducidos un 15% por lo menos pero la masa hace como si no lo supiera.

Así que llega el día, se cuelga el cartel, se sube la persiana y venga todo el mundo como loco a comprar para histeria del personal y engorde de la caja. No les digo en cuántos euros cerramos aquel día pero sí les digo que fue el doble que el día siguiente (segundo día de rebajas) y cuatro veces más que todos los días que vinieron después.

Como este sábado pasado (segundo sábado de rebajas) la cosa fue más calmada y muchos sancugatinos que entraban nos anunciaban contentos que empezaban ya a hacer la maleta para irse de vacaciones, mi hermano calculó que esta semana la afluencia de clientes no sería para tanto. Calculó además también cuántas horas había trabajado servidora y cuánto me tenía que pagar -dato este último que creo que le asustó un poco- y muy empresarialmente, tuvo a bien decirme que no hacía falta que fuera esta semana por la tarde, que si veía que un día se complicaba la cosa, ya me llamaría.

Yo le dije que vale y, arrugando un poco la americana que en ese momento tenía entre las manos por aquello de ser consciente de repente de que aquella era mi última tarde en la tienda hasta nuevo aviso, reprimiendo un suspiro de os voy a echar de menos, bajos por coger, tallas por buscar, agujas con las que pincharme por clavar, me puse a pensar que la vida solo es soportable porque está llena de cosas que se hacen por última vez pero uno no lo sabe.

dissabte, 9 de juliol del 2011

Dietario de la tienda. Día 8

Manoli es de esas personas que trabajan tan rápido que, si tú estás trabajando a ritmo normal a su lado, hacen que parezca que estás remoloneando, escaqueándote y mareando la perdiz. Y no es verdad: yo estoy doblando camisas, polos y bañadores igual que ella, pero en lo que a mí me cuesta doblar uno, ella ya ha doblado tres. Es majísima, además, Manoli: totalmente inconsciente de lo mal que te está haciendo quedar, te va animando todo el rato: que si ya verás cuando le cojas el truquillo, que si esa camisa te ha quedado muy bien.

Además, Manoli es la supervendedora: ayer entró un cliente buscando unos pantalones. Quería unos para llevar con americana pero los que teníamos sueltos le parecían demasiado informales. Manoli le hizo probárselos. Una vez los tuvo puestos, le dejó una americana para que viera el conjunto. Los pantalones, no sé -dijo el cliente- pero la americana, me la quedo. Espere que le deje una camisa, ya verá -dijo Manoli-. Los pantalones, no sé -dijo el cliente-, pero la camisa también me la quedo. Hasta con un polo, le quedarían bien también... -Manoli-. Los pantalones, no sé, pero me quedo el polo -el cliente-.

Se llevó el polo, la camisa y la americana, que la dejó para que le arregláramos las mangas. Tiene que venir el martes a recogerla y, para entonces, habrá decidido si quiere también los pantalones o no.

Un, dos, tres, ¡ya! De lo de vender y venderse

Yo no soy vendedora.
Mi padre me intentó educar para serlo: él fue durante muchos años jefe del departamento de marketing de una multinacional. El tío, a la mitad de su vida laboral, dominaba ya tanto el tema, que se pasó la otra media vida intentado dominarlo en otro idioma: el inglés. No lo consiguió: lo de vender era lo suyo pero lo de los idiomas no. Por eso, por aquello del quiero que mis hijos sean una versión mejorada de mí mismo, cada verano, desde bien pequeños, nos daba puerta y nos enviaba a cualquier sitio angloparlante: primero iba yo, la mayor, de avanzadilla. Si la cosa iba bien, el año siguiente volvía a ir yo con mis hermanos. Nos prohibía hablar entre nosotros en español mientras estábamos fuera, salvo en caso de emergencia. Y, cuando volvíamos, insistía en que habláramos entre nosotros en inglés. Nunca hicimos ni lo uno ni lo otro, claro. Le mirábamos con cara de "Papá..." cuando nos lo decía. Entonces, por lo menos, poneros a estudiar en el piano (él siempre quiso aprender música también).

Para que se hagan a la idea del modus operandi de mi señor padre:
Mi hermano un día le pidió dinero para comprarse una moto.
Convénceme de que necesitas una moto y de que yo tengo que darte dinero para comprártela, dijo él.
..., hizo mi hermano.
Dime qué me va aportar a mí pagarte una moto, por ejemplo, dijo.
¿Que me voy a portar bien?, dijo mi hermano.
Portarte bien, se supone que tienes que hacerlo con o sin moto. Dame un plus sobre eso, respondió mi padre.
..., hizo mi hermano. Y se acabó comprando la moto con su dinero.

Han pasado los años y ni mis hermanos ni yo somos vendedores. Es por el estímulo negativo, claro: mi padre nos intentaba enseñar a serlo en momentos conflictivos y casi nunca nos salíamos con la nuestra. Le salió el tiro por la culata, y no lo digo con orgullo: a mí me gustaría ser una gran vendedora: convencer a los otros de que hacer lo que me viene bien a mí (vender o venderme) también es bueno para ellos (comprar o comprarme). Pero no: no lo soy; no hay caso.

De todos modos, imagínense cómo sería el mundo a estas alturas si todos fuéramos versiones aumentadas de nuestros padres: ellos más uno: vendedores con inglés y música. Y la siguiente generación, vendedores con inglés, música y excelencia deportiva. Y la siguiente, vendedores con inglés, música, excelencia deportiva y astrofísica... Y todos los defectos del padre más uno también: si el padre es facha, el hijo, un grado más de fachez; si el padre es hipocondríaco, el hijo, vendedor con inglés, música, deporte, astrofísica y una habitación a la que sólo se pudiera entrar con mascarilla y guantes....

No sé. Nietzsche lo tenía muy claro: al final, está bien quedarse sólo con el 2 de la v.2.0.

divendres, 8 de juliol del 2011

Dietario de la tienda. Día 7

Tiendas Macson: Poniéndote ropa encima desde la primera vez que quisiste ser un hombre*

Este sería ahora un buen eslogan publicitario si los traumas de Blai Bonet hubieran seguido siendo territorio común tantos años después. (De hecho, creo que hoy día aún encajaría para cierto público, aunque me temo que el target sería tirando más a femenino, y no estoy hablando de las chicas de la Bata de Boatiné, que también).

*Lo digo por esta cita: (La primera vegada que vaig voler ser un home fou per posar-me més roba a sobre.. Manuel Tur a Carmen Onaindia. El mar. Blai Bonet).

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Secció visites il·lustres que fan il·lusió: avui ha passat per la botiga en Quim Torra.

dimecres, 6 de juliol del 2011

Dietario de la tienda. Día 6

Grandes conclusiones antropologicoproletarias:

1.- La vida proletaria es muy descansada para la mente.
2.- La vida proletaria es cansadísima para el cuerpo.
3.- Puestos a trabajar en una tienda, me tenía que haber centrado en las librerías: un libro ofrece muchas menos posibilidades de doblado que una camisa, a saber: abrir y/o cerrar.
4.- Ídem que tres y, además, un libro, con un poco de suerte, puede llegar a dar pie a conversaciones más interesantes que una camisa.
5.- De hecho, puestos a trabajar, igual me tendría que haber centrado en algo que no fuera una tienda: el dinero ensucia las manos una barbaridad (literalmente).
6.- Ídem que 5 y, además, trabajar los sábados es un coñazo.
7.- El horario proletario va en claro detrimento del horario social: no me extraña que la gente se coja los pedos que se coge en la cena de Navidad de la empresa.
8.- Ídem que siete y, además, tampoco me extraña que la gente viva en la ilusión de que son amigos de los papás de los compañeritos de cole de sus hijos, y se empeñen en hacer excursiones de fin de semana todos juntos y en invitarlos a las merendolas de los cumples de las criaturas.
9.- Si se es proletario para ganar dinero, una vez tienes asumido el pastón que pagas al banco cada mes por la hipoteca del piso, es normal pedir un préstamo también para comprarte la tele, el coche e ir de vacaciones: uno trabaja demasiado para vivir sólo con lo que realmente tiene. El exceso de trabajo (sensación real) y el no tener tiempo entre semana para gastarse la pasta (sensación real también) da como resultado la sensación (irreal, esta) de ser rico. Esto parece verse más claro en esta fórmula:

TRABAJAR MUCHO + GASTAR POCO = SER RICO

Nadie tiene en cuenta, de tan asumida, que la hipoteca del piso es también un gasto (pagar 800€/mes es pagar casi 30€/día, que es más de lo que ganan algunos.
Esta misma fórmula, ya se lo digo, está mal planteada: si se trabaja mucho, le sumes lo que le sumes a este primer factor, es porque se es pobre y no hay más vuelta de hoja.
Dietario de la tienda. Día 5

Llego a la tienda y me encuentro con mi hermano con unas treinta perchas en cada mano, diciéndome: acompáñame al coche que aún hay más.

En el coche, tres cajas y otras tropecientas perchas de trajes, americanas y pantalones.

Intento coger tantas perchas como él. Avanzo del coche a la tienda. Se me caen unos pantalones. Un señor que come un helado se levanta de la mesa de la terracita y recoge los pantalones del suelo. ¿Dónde te los pongo? Extiendo el brazo: aquí. Se me cae una americana. ¿Y esto? Extiendo el mismo brazo. Aquí. Se me cae otra chaqueta. Aquí, ¿no? Sí. A cada cosa que se cae y me recoloca, avanzo un pasito hacia la tienda. Llego con ropa en las manos, en los dos brazos, en los hombros... Entro en la tienda y lo dejo caer todo encima de una caja.

Ahora hay que meterlo todo en el stock y luego, quitar las bolsas y colocarlo en su sitio. Empiezo a pasar toooodas las etiquetas por el lector del código de barras: voy cogiendo la ropa de una pila y poniéndola en otra. Cuando he hecho la pila entera, coloco las prendas de una en una con sus hermanas: las americanas de rallas con las americanas de rallas, las camisas de cuadros con las camisas de cuadros... De vez en cuando tengo que interrumpir mi actividad para atender a algún cliente. Cada vez que cobro, si tengo el registro de un albarán a la mitad, tengo que salir del programa y, cuando acabo con el cliente, volver a abrirlo y empezar desde el principio. Mi mala leche va en aumento a una velocidad supersónica. Entonces, me pongo a pensar en una reunión que he tenido por la mañana.

Para la semana que viene, estamos organizando una serie de tres mesas redondas/coloquios o lo que salga (no doy para definir nada yo, ahora mismo) de presentación de Terapias Verdes, el sello de autoayuda de la editorial, en Fnac La Maquinista. Ayer al mediodía fui a la consulta de la psicoterapeuta que vendrá a hablarnos sobre la autoestima. La cita era a la 1. Llego, llamo a la puerta y me abre una chica de unos 30, sonrisa serena y voz pausada, que me dice nada más entrar: tenemos la costumbre de ir descalzos, aquí. Me quito los zapatos pensando que llevo las bambas que huelen mal (sí, tengo unas bambas que huelen mal) y que me importa un pito: ella lo ha querido. Me siento con ella en el sofá y empiezo a recibir imputs positivos por todos lados: que si esto es muy interesante, que le parece una iniciativa genial, que si compartimos muchas cosas, ellos y nosotros, y unir fuerzas siempre da buen resultado. Ni siquiera arruga la nariz por el olor de pies.

Tres horas después, les decía, en plena actividad frenética en la tienda y con una mala hostia que no puedo con ella, tiro de memoria inmediata e intento volver mentalmente a esta experiencia en el oasis del buen rollo y del olor de pies que no importa, en busca de la relajación perdida. No funciona.

Pasa mi hermano por ahí y me pregunta qué tal. Hostia, Javier, esto no se puede hacer con la tienda abierta, es un caos de la hostia, la gente entra y cada vez que cierro esa hostia en el ordenador, tengo que empezar desde el principio, estoy hasta los cojones!!! Ya (grita Javier), pero ¿cuándo cojones quieres que lo hagamos si abrimos todo el día? Venga, joder, que lo tenemos que acabar esta tarde. Grrr. Grrr. Y estos últimos cuatro gritos, resulta que sí funcionan. Mi hermano se pone a pasarme las prendas de una en una y yo las voy metiendo en el stock. Cuando acabamos, los dos vamos colocando la ropa en su sitio. A los 10 minutos, nos estamos riendo por cualquier tontería; hacemos como que nos peleamos por coger la misma camisa y nos entra la risa floja cuando la pila de ropa se derrumba y, al recolocarla, se nos va para el otro lado. Y todo, sin quitarnos los zapatos.

Cerramos, muertos, a las 20.30h. La tienda está aún a medio recoger. Nos despedimos, sin embargo, de una manera muy relajada, contentos.

Vuelvo en el tren pensando en qué hubiera pasado, si en vez de pegarnos cuatro gritos con mi hermano, yo le hubiera propuesto quitarnos los zapatos, tranquilizarnos, concentrarnos en nuestras posibilidades y contentarnos con ellas no queriendo nada más y sintiéndonos orgullosos de quienes somos. Me habría estampado una percha en la boca para que callara, probablemente.

Me pasa por la cabeza la peregrina idea de invitarlo a él, y no a la psicoterapeuta, a dar la charlita de la semana que viene, en la Fnac, sobre la importancia de la autoestima para hacer frente a la vida. Me río un poco y decido que no. Mejor no mezclar las cosas. A fin de cuentas, todo el mundo tiene unas bambas que huelen mal y momentos en los que dar cuatro gritos bien dados.

dimarts, 5 de juliol del 2011

Dietario de la tienda. Día 4 (II)

Me encuentro con Gabriel, editor de Morsa, y recuerdo que desde hace unos días tiene en marcha un concurso de microrrelatos sobre el tema "verano". Le digo que estoy pensando uno para enviárselo y me dice que qué bien, que adelante. Llego a casa, me siento delante del ordenador, escribo esto

Se sorprendió preguntándose por el sentido de la vida y resolvió rápidamente no volver a coger vacaciones nunca jamás.

y se lo envío.

Así explicada, la cosa parece una tontería que ha venido de la nada, pero no: esta frase contiene los tres días de trabajar diez horas diarias en una tienda de ropa, el primer fin de semana de rebajas.

Señores, la gran revelación que les hará entender mejor el mundo: cuando uno trabaja todo el día y llega a casa cansado, no piensa en nada. Pero nada es nada, se lo juro.

Tengo estos días en casa a una amiga de Pamplona, Susana, que me pregunta cuando hablamos al mediodía cosas como ¿qué querrás para cenar? y yo no sé qué contestarle: me queda toda la tarde de trabajo y la cena me cae demasiado lejos, ¿cómo voy a saber qué quiero para cenar ni si cenaré?

Trasladen esta cuestión a asuntos políticos, por ejemplo: ¿a mí qué coño me importa que unos u otros gobiernen el mundo? Con tal de que haya alguien que se ocupe de que el tren Sant Cugat-Barcelona Plaza Catalunya funcione con frecuencia a las horas que yo lo necesito, ya me está bien.

Trasládenla a asuntos existenciales: estoy viva: lo sé porque llevo trabajando x horas y porque a final de mes me ingresarán un cantidad x de dinero y porque, cogiendo los bajos de un pantalón, me he pinchado con una aguja.

Trasládenla a asuntos intelectuales: sé me funciona el cerebro mejor o peor porque he tardado más o menos en calcular cuánto de cambio le tengo que dar a ese señor.
Y así pasan los días de la dependienta de una tienda de ropa en plena temporada de rebajas.

El año pasado, en agosto, todo era distinto: tenía horas y horas de soledad en la tienda que me daban para ponerme lógica, críptica y metafísica con toda la pachorra. Me salían unas entradas de blog que volaban y hacían dobles mortales con tirabuzón. Este año sólo hablo de ir vestida de negro y de la bilis interparejil de algunos. No doy para más.

Me voy a trabajar.

dilluns, 4 de juliol del 2011

Dietario de la tienda. Día 4

No le pillo el rollo a ir de negro.

Ayer parecía un chicazo, con unos pantalones y una camiseta de tirantes, de aquellos tirantes que se juntan un poco por debajo de la nuca, pasan entre los omóplatos y llegan hechos un solo tirante a la parte de la espalda de la camiseta (joder, qué difícil de explicar es este tipo de camiseta -com és la samarreta? ... Fa mal d'explicar-, jaja!); el primer día parecía una secretaria, con unos pantalones azules de raya diplomática y una camiseta también azul de tirantes anchos (sí: iba de azul el primer día, ¿qué quieren?, mi hermano me llamó la noche anterior para decirme que esta vez, por favor, hiciera caso de lo de la imagen corporativa que el año pasado me salté a la torera, y fuera de negro. Azul fue todo lo negro que pude encontrar en mi armario); y hoy, una bailarina de danza contemporánea de esas que en el fragor de la batalla enseñan una teta y no se dan ni cuenta (y el público hace como que tampoco). Lo que sí que es verdad es que, en todos los casos, parecía una dependienta: una dependienta chicazo, una dependienta secretaria y una dependienta bailarina de danza contemporánea.

Por lo visto, no se puede ir vestida de dependienta y no parecer una dependienta. Hay otros casos en que sí que es posible no parecer ser lo que intenta reflejar la ropa que llevas: me he hartado de vender trajes para gente que iba de boda que, en el momento en que se los ponían, parecía que iban, bien de funeral, bien de todo lo contrario, o sea, al circo. Pero si vas de dependienta, vas de dependienta aunque cambie el matiz. Estudiemos el caso de la dependienta chicazo; la brutota; la choni, por ejemplo. Me disponía yo, con mis pantalones negros y mi camiseta negra indescriptible, a limpiar un espejo de cuerpo entero. Acabábamos de abrir, fuera hacía unos 40 grados y el aire acondicionado aún no había hecho su efecto. Me planto sudando delante del espejo con el fris-fris limpiacristales en una mano y un trapo en la otra. Miro muy seria buscando las huellas pringosas de los deditos de los niños que acompañan a papá a comprarse pantalones. Si uno mira a un espejo buscando algo, indefectiblemente se encuentra a sí mismo tal y como lo ve el mundo. Esto es así. Ya la primera imagen fue de machote, pero miren la segunda, que la cosa va a peor: aplico el limpiacristales (fris, fris), paso la bayeta. En esta primera fase de limpieza del cristal, sea o no de espejo, siempre hay un momento de pánico: el limpiacristales se extiende pero no desaparece: queda todo desparramado como si uno hubiera pasado la lengua directamente por la superficie a limpiar; en definitiva: queda sucio y el limpiador en cuestión, por un momento, se plantea contrariado cómo, si su intención es limpiar algo y está aplicando el producto correcto, el efecto inmediato es el contrario al deseado. Esta sensación dura milésimas de segundo porque el limpiador -yo, la choni- sabe que tiene que pasar un trapo seco o un papel de periódico para eliminar el rastro inmediato del limpiacristales. Le doy la vuelta al trapo, me agarro con la mano libre (he dejado el fris-fris en el suelo) al marco del espejo y con la otra mano paso enérgicamente el trapo por el lado seco por toda la superficie del espejo. Enérgicamente: me cae un mechón de pelo sobre la cara y me pongo a sudar más. Todo enfrente del espejo, recuerden: me estoy viendo; estoy viendo mi cara de esfuerzo, el vaivén de mi brazo y del resto de mi cuerpo. No quiero ni pensar qué pasaría si hubiera hecho esto hoy, que iba de bailarina de danza contemporánea.

De fondo, suena Ricky Martin.

Y cuando más camionera choni poligonera me siento, veo a mi lado en el espejo impoluto el reflejo de una señora con un polo lila en la mano que me pregunta: ¿lo tienes en la talla XL? ¿Lo ven? camionera choni poligonera pero dependienta todo el rato.

C.S.Q.D.

Gracias.
Dietario de la tienda. Día 3 (II)

De las parejas que entran a comprar.

Un señor con una barriga descomunal se prueba un polo. El polo -pobre, está diseñado como está diseñado- le abarca la tripa como si fuera una faja y deja que las costuras de los hombros caigan hasta la mitad del bíceps. El señor sale del probador de esta guisa, riendo. Su mujer le ve y ríe también. Te queda bien, le dice, como todos los polos. Es la percha, responde él. Ríen los dos y deciden quedárselo. Mientras pagan, aún me hacen un par de bromitas sobre tipillos y panzas espléndidas. Paga con tarjeta de chip. Abre la cartera para enseñarme el DNI. Le digo que no hace falta, que me pedirá el número. Me dice que ya que tiene la cartera abierta, mire la foto que lleva de su mujer; ¿a que parece una estrella de Hollywood?, me pregunta. Ella le da un golpe en el hombro y vuelve a reír.

Una pareja joven mira las bermudas. Me acerco y les pregunto si les puedo ayudar. No; él NUNCA se deja ayudar, responde ella. Y además NUNCA sé lo que quiero, dice él levantando las cejas y poniendo cara de santapaciencia. Vuelvo a la caja. Al rato vuelve solo él -ella ya está en la calle- con unas bermudas, una camiseta azul y otra roja. Me llevo esto y esto, dice poniendo las bermudas y la camiseta azul en el mostrador, y esta otra, dice tirando la roja encima de las otras dos prendas, que si no la cojo, no quiero ni pensar la que me espera en casa...

Por la noche, le cuento a Abel que, en tres días, he visto las peores y las mejores actitudes en cuanto a relaciones humanas y que creo que tanto unas como otras, solo pueden darse entre parejas.

¿Sabes qué pienso?, me dice, que esas dos parejas, en realidad son la misma pareja en distintos momentos.
No, le digo.
Sí, me responde.
No, insisto.
Que sí.
Que no puede ser.
Es.
Pues no quiero que pueda ser.
Pues es.

diumenge, 3 de juliol del 2011

Dietario de la tienda. Día 3

Entra una pareja con un niño y una niña vestidos igual: el niño con pantalones y camisa y la niña con vestido, todo confeccionado con la misma tela blanca y de cuadritos vichy grises y blancos.

Debe de haber tiendas en las que venden ropa para niño y niña hecha del mismo tejido y estampado. Distintos modelos diminutos cosidos a partir de retales de la misma tela. Vestidos, faldas, camisas y camisetas para niñas y pantalones, camisas y camisetas para niños todo salido del mismo rollo industrial de tejido.
Pienso en la pareja que viste a los niños iguales y la identifico con la que decora el salón de casa con muebles hechos de la misma madera: las mesas, las vitrinas y el mueble de la tele, todo en madera de roble. El piso y los niños, todo conjuntado. Los niños conjuntados con el piso. Los niños vestidos con ropa del mismo color caoba que las estanterías de toda la casa. Niños ornamentales (y estanterías también, qué coño).

Guau.

Y en el cole, todos los niños con el mismo uniforme. Y que los muebles de casa acaben también siendo del color del uniforme del cole. Y así: en plan onda expansiva monocromática: el coche, el perro, las cortinas y las flores del recibidor también. Y hasta las sábanas y los cepillos de dientes. Y el pelo de la abuela. Todo, todo del mismo color que los niños.

Luego he visto a un señor arreglando el cochecito a monedas de la puerta de un bar. No sé a dónde iba con ese mono azul eléctrico.

dissabte, 2 de juliol del 2011

Dietario de la tienda. Día 2

Dice mi hermano: La gente de Sant Cugat compra pijamas, la de Cornellà, no.
Yo le digo: La gente rica duerme en pijama, la pobre, en calzoncillos.
No te creas que allí vendí más calzoncillos que aquí, contesta él.
La gente pobre duerme en pelotas, concluyo yo.
Nos reímos un rato y me abandona a mi ya habitual estado contemplativo-meditativo -hoy he alcanzado unos niveles de órdago para ser sólo el segundo día: me he quedado totalmente in albis mirando un billete de cincuenta hasta que un cliente me ha dicho 'me tienes que devolver 12,40' y yo he tenido que reprimir un '¿tú quién eres?' que, al despertar tan súbitamente, ha estado a punto de salir de mi boca-.

A mi estado contemplativo-meditativo he vuelto, les decía, tras la conversación interfraternal, con un tema sobre el que pensar: la cosa de la generalización. Es un tema sobre el que llevo pensando desde hace unos días; desde que leí esto y luego esto, en concreto. A mí, hace tiempo que leer a Enric Vila ya no me cabrea, porque un día me lo explicaron. Desde entonces, cuando leo cosas como las que hace un momento les he linkado, pienso esto que les voy a decir ahora, que es lo mismo que he pensado tras la tontería de los calzoncillos y los pijamas. Pienso que querer entender un género, un país, incluso una época desde un punto de vista tan sesgado es una idiotez tan grande como creer vislumbrar la tendencia general de voto en el caso de un referendum por la independencia de Catalunya, a la luz de los resultados de un sondeo hecho en su web por el diario El Punt.

Por la tienda pasa mucha gente, todos son de un padre y de una madre. Es una solemne estupidez querer hacer teorías universales del tipo: las señoras que tienen un chihuahua son muy educadas, porque hoy ha entrado una señora con un chihuahua y me ha preguntado muy correctamente si podía entrar con el perro (pensaba que me había vuelto loca, por cierto: el perro estaba detrás de su zapato y yo no lo veía) y cuando le he dicho que sí me ha dado las gracias con una gran sonrisa.

Lo que pasa es que el mundo es tan grande y nosotros tan perezosos que tendemos a conformarnos con la encuestita de turno.

Esperando al tren a las 10 de la noche, he leído en una de las pantallas del andén: "España está por debajo de la media en comprensión lectora en formato digital", que es una afirmación que tiene pinta de venir también de una encuesta. Ahí lo dejo. Me ha inquietado un poco lo del nuevo subgénero lector. Aunque, bueno, igual he leído mal.

divendres, 1 de juliol del 2011

Dietario de la tienda. Día 1

La mañana

Después de mucho pensar... Vale, me estoy tirando un farol. Lo que en realidad quiero decir es: Después de no pensar nada más que en que me tengo que acordar de marcar "VISA" cuando la gente paga con VISA porque si no queda reflejado como pagado en efectivo y la caja no cuadra. O sea, después de tener la mente en blanco (iba a decir dejar la mente en blanco, pero eso implicaría una actividad por mi parte que no ha existido) durante horas, como solo puede tenerse en blanco la mente cuando uno se dedica a contemplar pilas de camisas lisas, de cuadros, de rayas, de manga corta, de manga larga, de lino, de algodón, con botones para llevar sin corbata, sin botones para llevar con corbata, estoy en condiciones de afirmar que la técnica vocal de Shakira es la misma que la del cantante de Manos de Topo. Me alucina que nadie antes se haya dado cuenta. Probablemente nadie antes había estado en un concierto de Manos de Topo para, unas horas después, empezar a trabajar en una tienda de ropa el primer día de las rebajas de verano.

(Efectivamente, el hilo musical que el año pasado tan fácilmente pude evitar al estar yo sola en la tienda sin nadie que controlara que los altavoces estuvieran ON, no ha cambiado).

El mediodía

Mi hermano es un crack. Mi hermano habla poco pero cuando habla, tela. Mi hermano hoy, comiéndose un flan de limón, me ha dicho: "¿Tú te crees que alguien que no es feliz estando solo puede ser feliz estando en pareja? Pues no". Luego se ha ido al Abacus a comprar unos folios para poder imprimir mi contrato y en ese momento han comenzado a sonar las campanas del monasterio. He apuntado en mi libreta: "Campanas del monestir!!" Y me he sentido bastante feliz.

La tarde

Mi hermano: "En Sant Cugat solo hay pijos y hippies".

Los pijos tienen ese gracejo especial de entrar en la tienda diez minutos antes de cerrar y conseguir que la acabes cerrando casi una hora más tarde de tu horario oficial -una hora en la que has tenido la persiana medio cerrada y te has dedicado exclusivamente a ellos, como si fueras su dependienta particular- para acabar yéndose y dejándote, de tan majos, eternamente agradecida, afectada de un síndrome de Estocolmo de los de manual de psicología.

Los pijos son capaces de conseguir esto porque, uno, se dejan un pastón en camisas, y dos, durante todo el rato que te han tenido prisionera, a la deriva de sus caprichos, han hecho gala de una empatía tan salvaje contigo que tú no has parado de pensar que, si en ese momento te sindicaras para mejorar tus condiciones de trabajo y poder evitar situaciones como la que ellos mismos (los pijos) acaban de provocar, estarían contigo (los pijos) a la cabeza de la manifestación y embadurnando con silicona las cerraduras de los patrones el día de la huelga general.

Son indestructibles, los pijos. A los hippies, no los he visto.