dimarts, 22 de febrer del 2011

El domingo conocí a una científica. Bien, no sé hasta qué punto la arqueología es una ciencia y la verdad es que pillé la conversación ya empezada y me guardé de preguntarle muchas cosas que me iban viniendo a la cabeza por temor de hacerle repetirse y que la charla que tenía con un amigo, que estaba interesadísimo en el tema, decayera por mi culpa.

La charla, en el punto en que la pillé, iba sobre piedras trabajadas utilizadas o no como herramientas. Por lo visto, en los yacimientos arqueológicos a veces se encuentran piedras que, aunque presentan las características de haber sido talladas para cortar, desgarrar o pinchar, no presentan restos que indiquen que alguna vez fueron utilizadas para tales objetivos y que incluso en ocasiones son de un tamaño poco apto, por lo grande, para utilizar con tales fines. Mi amigo sugería que a lo mejor eran piedras ornamentales, yo añadí que a lo mejor los hombres prehistóricos presentaban ya signos de competitividad entre ellos que habrían durado hasta nuestros días, ya saben: signos paleolíticos del a ver quién la tiene más grande.

La arqueóloga se puso como una moto: que no, que eso que estábamos haciendo no se podía hacer; que no se puede funcionar a base de suposiciones; que a lo mejor la historia esta que se te acaba de ocurrir es muy bonita y parece que podría tener sentido, pero que eso no era nada científico. Parecía enfadadísima; sé que no lo estaba, que simplemente era la manera de hablar de alguien apasionadísimo por su trabajo ante dos tontuelos jugando con siglos de investigación pero, por si acaso, salí a fumar un cigarro.

Lo que pensé fumando el cigarro fue, primero, que la arqueóloga-científica no aceptaba ni un poquito de paralógica científica aplicada a la vida. Me pareció muy triste. Pero luego pensé que a lo mejor en mi vida tenía demasiado peso la pararealidad sin base científica, y empecé a perder pie. Volví a entrar en el bar y mi amigo y la arqueóloga seguían con la conversación: ella venga a poner piedras sobre las que asentarse y yo con los cimientos cada vez más desdibujados; ella venga a soltar teorías irrefutables y yo venga a creerme cada vez más chorlito. Me comí unos nachos con queso y no respiré tranquila hasta que se fue porque tenía que coger el tren.

Me sabe mal esta reacción; parecía una tía simpática ella, pero consiguió desestabilizarme una barbaridad.

A veces no sé si mi problema, ante quien no piensa como yo, es la intolerancia irracional o un simple y llano complejo de inferioridad.
(Yo creo que es inferioridad pero, como soy optimista, me pienso que es intolerancia, que, no sé, te pone así como en un plano superior, ¿no?).
Dietario de la semana, o sea, de ayer lunes

Mañana.

Me despierto a las 5.30 de la madrugada y me asusto, aún en la cama, por el silencio que me llega desde la calle. Vivo en el centro de Barcelona: el silencio no es normal, es más normal que pase gritando un borracho, que estén regando la calle o que las gaviotas estén montándose su after particular, a esas horas. Me lo pienso dos y tres veces antes de salir de la cama: ¿y si ha pasado algo? Tengo tendencia a pensar en el apocalipsis cuando me encuentro con algo que se sale del raccord. Sólo me tranquilizo cuando oigo que suben la persiana de alguna tienda de aquí abajo y la persona abriente de persiana saluda en paki a alguna otra persona paseante matinal.
Café, ordenador. Abro el documento "Armengol i Maspons", abandonado desde hace unos cuantos días (demasiados) y descubro que el Presidente está haciendo la metamorfosis en Dictador casi por su cuenta, delante de mis ojos y haciendo que mis dedos tecleen la retransmisión en vivo de los hechos. Esto les sonará muy raro si no son ustedes ni Víctor ni Miquel ni Pau. Si son Víctor, Miquel o Pau, ya han visto el mail en el que se lo contaba: "Esta mañana Armengol i Maspons ha hecho por fin la metamorfosis de Presidente a Dictador; estoy muy contenta". Empiezo un dietario en el que explico esto y me propongo llevarlo esta vez sí, al día. Ha pasado un día y el dietario ya ha quedado obsoleto. Muy yo. Todo en orden.

Me preparo un café. Mientras se calienta la leche, pienso que esta semana me la he llenado de cosas que hacer; me la he apañado de tal manera que no tenga ni un momento libre entre las 9 de la mañana y las 10 de la noche. Yo, cuando hago estas cosas es que tengo algo en lo que no pensar. Descubro qué es eso en lo que no tengo que pensar y pienso un rato. Ya ven: mis técnicas de evasión son un fracaso absoluto. Malditos madrugones involuntarios... hacen que los días sean demasiado largos para conseguir llenarlos del todo. Le envío un sms a mi jefe: ¿Reunión a las 10? Más que una pregunta es una súplica; un asegurarme de que me va a sacar de casa. Sí, dice. Ducha y a la calle.

Mail de Jaume: Vente conmigo esta tarde a ver a Cassasses y a Comelade. Mail de respuesta: Sí! sms a Víctor: No voy a aquello del CCCB; me han invitado a un concierto. Mail de Víctor: Entonces, igual me voy al cine.

Tarde.

En la editorial: dos mails con sendos pdfs con sendas críticas de libros nuestros aparecidos en prensa. Las críticas de nuestros libros aparecidos en prensa suponen pequeños tantos a favor en este trabajo. Me imagino el mundo como inmensos partidos de tenis a muchas bandas, cruzados de aquí para allá: va la pelota, te la devuelvo, te mandaré otra dentro de un par de semanas, pues esa vez no te la devolveré pero si me la vuelves a mandar de aquí a un mes, puede que sí que vaya de vuelta. Lo mejor es cuando te llega una pelota y no sabes de dónde te la mandan; entonces sí es como un regalo inesperado.

Me paso la tarde enviando pelotas.

Bajo al Arts Santa Mònica. Me encuentro con Neus que me pregunta si el programa ya ha vuelto a la tele. Mira, una pelota perdida. Le digo que sí y le suelto el rollo de los horarios, el nuevo formato, la entrevista al Lobo... La machaco a pelotazos, vaya. Es que no tengo tele, se disculpa. Yo tampoco, le respondo.

Concierto-recital o el gran cabreo de Comelade porque el micro de Cassasses no acaba de funcionar al volumen deseado. Sinceramente -y aquí va una apreciación de una zote poética- la música de Comelade es tan genial, verle aporreando con esa pasión ese piano en miniatura es tan... tan, que hubiera funcionado igual si el micro de Cassasses hubiera estado directamente apagado (no se me echen encima, habla una ignorante, ya se lo he dicho). Me encuentro con Begoña, le digo que me he llenado la semana de cosas que hacer; todo con tal de no estar en casa. Me dice que no sabe si eso es bueno. Me dice que no le parece bien que haya dejado plantado a Víctor. Le digo que técnicamente no le he dejado plantado, que había sido yo quien había propuesto lo del CCCB y que le había avisado con tiempo de que al final no iría y que, además, él se había buscado otros planes en seguida... y que me voy a casa que ya es hora.

Noche.

En casa veo dos capítulos seguidos de Californication. Californication es una mierda pero le sirve a uno, dependiendo del día, para reafirmarse en lo que cree o para creerse que puede creer de otra manera. Estoy hablando de valores -de los valores más carcas, sí-. Californication me hace pensar en Richy y en su famosa excusa vital: "es que estoy explorando mis límites".

Me quedo frita pensando en lo bien que utiliza Baroja la palabra "hipócritamente" referida a la manera de utilizar una salsa de tomate: qué grande es Baroja proporcionando off topics extremadamente efectivos para acabar el día feliz.