dijous, 22 de setembre del 2011

Ustedes no llevan mis cuentas. Les explico una: Mis amigos más antiguos de Barcelona se remontan, como mucho, a hace más o menos 10-12 años. No es nada teniendo en cuenta que todo chichipichichi de mi edad tiene un grupete de colegas a quienes conocen desde aprendieron a silbar por el agujero del primer diente de leche caído.
De esto, de que yo no tenga fotos con amigos desdentados, es culpa el esquizofrénico nomadismo laboral del Sr. Sucunza y el hecho de que, en las mudanzas, siempre hay cosas que o se quedan o se dejan atrás.

Cuando se lleva este tipo de vida, uno se da cuenta muy rápido de que los amigos van y vienen por un proceso muy parecido al de la selección natural. Primero es una cosa inconsciente: yo apenas pasaba del año cuando hicimos la primera gran migración (Burgos-Sant Feliu, creo). Tengo recuerdos cero de aquello. Luego vino Sant Feliu-Peralta y luego Peralta-Pamplona. Para esta última, a mis 12 años, fui yo misma quien llenó las cajas con las cosas de mi habitación y sí que recuerdo que, igual que era consciente de que ya no necesitaría aquella muñeca roñosa a la que había cortado el pelo y le había pintado cosas en la cara, era consciente que ya no necesitaría ver más a alguna gente que se quedaba en el pueblo. A los 12 años, uno tiende al tremendismo, me recuerdo en mi cuarto haciendo una lista mental de gente y pensando a este, este y este, no los voy a volver a ver y me da igual, a este, igual tampoco, pero le escribiré y le llamaré cuando vengamos algún fin de semana. Suena duro, dicho así, pero en realidad todos lo hacemos de una manera más sutil para con nosotros mismos: todos nos hemos ido alguna vez a algún sitio y hemos guardado en una agenda las direcciones de unos sí, las de otros no.

Después de Peralta-Pamplona, vinieron cuatro mudanzas más. Me dejo de líos, no les doy detalles: la cuenta final, en resumen, es que el sitio en el que más tiempo seguido he vivido es Barcelona: casi 13 años de estarme quieta físicamente pero con el vicio mental de seguir dejando atrás cosas en las mudanzas intacto.

Todo este rollo se lo estoy contando para decirles que ayer estuve tomando unas cervezas con Pau, que es uno de mis más viejos amigos aunque siempre nos hayamos conocido con la dentadura entera, uno de los pocos que no solo han sobrevivido a todas mis mudanzas mentales de la última década sino que, en la mayoría de ellas, me ha ayudado a decidir qué metía y qué no metía en la caja; hasta me ha obligado a veces, a dejar cosas fuera, cuando yo era incapaz de ver que no las necesitaría más.

Hay una foto así de absurda de aquellas cervezas de ayer.
Y las que vendrán, morena).



Gracias Pau.