dissabte, 3 de desembre del 2011

Pasa con la Kika que a veces dudo entre si está jugando, si está defendiendo a muerte su territorio o si está haciendo las dos cosas a la vez.

(Lo que no sabe es que, en el caso de que esto fuera realmente una guerra, yo estaría dispuesta a dejarme ganar casi, he dicho casi, siempre).
Miren qué me pasa siempre que me voy, que no es una cosa que pase a menudo: antes de irme yo, vienen a mí un montón de cosas. Por ejemplo, voy hoy y me levanto con esta canción en la cabeza:



Esta vez ha sido esta pero podría haber sido, que ya me ha pasado otras veces, perfectamente esta otra:



O esta otra:



¿Se van haciendo a la idea del delirio que supone la cosa?

Pues aún hay más: también tengo en la cabeza a la Gopegui, a Millás, a Baroja (bien, este último nunca se ha ido) y a Vila-Matas (este último, en vez de irse, vino más: fue como un anticipo entonces). Pero no es que me vengan a la cabeza los nombres de esta gente, no: también visualizo los libros y el lugar exacto que ocupan en la estantería de mi habitación, que mi madre no los ha tocado desde entonces más que para quitarles el polvo. También viendo todo esto en mi cabeza, me veo a mí misma tirada en la cama mientras suena todo lo primero y leo todo lo segundo.

Y no solo eso: ahora mismo, en vez de pensar que esta noche llamaré a Antonio, a Gaby, a Jaume o a Víctor, pienso que llamaré a Cristina, a Aurora, a Ana y a Juli. En vez de pensarme dentro del metro, me pienso cruzando la Vuelta del Castillo, y en vez de en la Diagonal, pienso en Pío XII.
¿Ven cómo no son solo cuatro horas de ida? ¿Ven cómo son muchos años y mucha gente y muchos libros y mucha música de ida?

Pues hasta luego, hasta dentro de mil cosas. Me gustará saber de ustedes aunque los oiré así como muy de lejos. Nos vemos a la vuelta.