dimarts, 20 de març del 2012

Aquí, hasta que no entendamos que la lengua no es negociable, no vamos a ninguna parte.

Y la explicación es así de sencilla: en el momento de ser concebidos, heredamos una cosa: el código genético; nueve meses después, heredamos dos más: el apellido y el idioma. Esto es así. Hay otras cosas que vienen después: la tendencia política, la religiosa, el ser mejor o peor persona... Cosas como la posición social, aunque pueda parecer que también nacemos en un determinado estrato, dependen de la gestión de los padres y, posteriormente, de la nuestra propia.

Uno puede ir cambiando de chaqueta, le puede tocar la lotería o pegar un pelotazo empresarial, puede hasta madurar y decidir que los valores que le enseñaron sus padres, necesitan una actualización: incluso la Iglesia hace amagos de modernizarse en este sentido, aunque sean estos recibidos con desconfianza, aunque parezca que se queden en un mero disfrazar las formas sin tocar el fondo del discurso.

Igual que, por muchas traducciones y diccionarios espléndidos que se vayan editando de su obra, todo el mundo sabe que para entender bien a Aristóteles y a Sócrates, hay que leerlos su lengua materna: el griego; para entender bien a los catalanes, hay que entender su idioma materno: el catalán.

Y, esto es importante, no estoy hablando de política cuando digo esto. La politización de la lengua viene después. La politización de la lengua viene incluso después de la economización de la lengua. Hay un momento en que el Estado se hace económicamente responsable de una enseñanza más o menos correcta de la lengua, igual que se hace responsable de una enseñanza más o menos correcta de las matemáticas. Fíjense que digo de una enseñanza más o menos correcta: quiero decir de un perfeccionamiento, no de la perpetuación: la lengua se hereda en el momento de nacer, recuerden, en el momento del primer 'qué guapo es' o 'qué pequeñito' que suelta una madre recién parida.

Digo todo esto porque la politización de la lengua me parece una cosa asquerosa. Me molesta. Y por eso acabo escribiendo artículos como el que ayer rulaba por ahí. Y me parece una cosa asquerosa igual porque desde pequeña he oído a mi padre explicar cómo en el cole lo castigaban por hablar euskera y él se hacía cruces luego, cuando llegaba a casa y su madre le abría la puerta diciéndole kaixo maitia, como si aquello fuera lo más normal. Y lo era. Lo que no era normal era lo otro. Me siguió pareciendo asqueroso el día que le dije a un amigo en Pamplona que me apuntaba a clases de euskera y me contestó: 'sí, tú siempre has sido un poco así'. Era el mismo amigo que cuando nació su hijo iba proclamando por ahí que le ponían de nombre MiGUel-no-MiKel, así todo junto y seguido, utilizando a su niño para hacer política mediante la lengua ya desde antes de que el niño empezara a hablar. . A ver quién de los dos era un poco así...

Total, que me parece horroroso y de una bajeza moral absoluta utilizar la lengua como arma política. Me parece que está al nivel aquel tan franquista del 'ahora Sukunza pasa a ser Sucunza' y del 'pon los dedos así y ven aquí que te estoy esperando con la regla, que acabas de decir agur', me parece que atenta directamente contra la identidad más básica, o sea, contra las dos cosas que heredamos al nacer, recuerden: apellido e idioma.

Y no me vengan con que esto es política, con que esto es de derechas o de izquierdas, independentista o no -me parece igual de asqueroso utilizar la lengua como arma tanto del independentismo como del centralismo-, porque acabaremos diciendo lo mismo de ser zurdo o diestro, de medir uno cincuenta o uno ochenta o de tener un cerebro más de letras que de números. Y creo que eso ya sí sería ir demasiado lejos, Sabino Arana lo intentó, ¿recuerdan? Y Hitler (a ver si funciona la Ley de Godwin); Hitler también lo intentó.