dilluns, 2 d’abril del 2012

Últimamente, por contraste, lo que pasa entre carta y carta de Victor Schlimmelmann es un poco más mundano y normal.

Estimado Helmut,

Hoy ha sido un domingo de los de verdad.

Me he levantado a las ocho, he desayunado té con tostadas, he pasado la aspiradora y he podido estudiar hasta la hora de comer. Fuera soplaba el viento, huraño, mordiendo los tejados y agitando los racimos de las glicinas, que ya empiezan a cobrar color.

Por la tarde he ido a ver una exposición, varias decenas de fotografías de Elliott Erwitt. Hacía tiempo que no ponía los pies en la Giudecca, figúrese usted, aparentemente tan lejana, y que a la hora de la verdad se halla trágicamente cerca. He visto mucho blanco y negro, del que me gusta a mí, porque ya sabe usted que el color siempre me ha parecido cosa de débiles.

Había la imagen de un domador, fíjese. Sostenía un látigo, o una fusta, no lo recuerdo bien, y tenía la cara más triste que pueda tener un domador de circo. A su alrededor un círculo de caballos daba vueltas como si quisiera fundirse en una niebla en la que todo era vago y preciso al mismo tiempo. He hablado de la niebla con C, que me ha explicado que allá en su tierra es común que los bancos más espesos aparezcan precisamente cuando el manzano florece, engullendo el ramaje abigarrado de pétalos y futuros frutos.

Entrada la noche, mientras cocinaba la cena, he encontrado un mensaje de Isabel. Decía que "Jaumet ha subido a comer a casa con un disco de Satie que se ha comprado esta mañana en Sant Antoni. Lo ha puesto mientras comíamos y, claro, me he acordado de ti. Luego ha dicho que tenía en casa masa de croquetas congelada y, como seguía sonando Satie, yo le he contestado que esa música era perfecta para prepararlas. Al final hemos concluído que cocinar al ritmo de cualquier pieza de Satie era, sin duda, cocinar con mucho más amor del habitual. Fin".
Ha escrito “fin” así, con la efe mayúscula y un punto al final.

Un gato, me hubiera gustado decirle, aquí hay un gato. Se llama Barbablù, ronronea más que respira y siempre sabe cómo abrir las puertas. Sin llamar, claro está, ser gato o cultivar la nonchalance es casi la misma cosa.

Reciba un abrazo,
Victor