dissabte, 28 d’abril del 2012

De la observación internacional: Las terceras partes como elemento necesario para saber que no estamos locos, que sabemos lo que (no) queremos.

Después de innumerables desencuentros con una tía que se estaba enrollando con mi ex, empecé a pensar si no andaría yo un poco paranoica con el tema.

Era, ella, una persona hipersociable que hacía por avenirse con todo el grupete (con el de mi ex y el mío) menos conmigo: torcía el morro cada vez que me veía, no me saludaba a no ser que se diera de narices conmigo y solo me dirigía la palabra para decirme, por ejemplo, que el día anterior había quedado con él, en un intento, suponía yo, de marcar territorio, no teniendo yo ni media intención de poner un pie en este.

Era todo tan desproporcionado y ridículo que andaba yo ya pensando que eran imaginaciones mías y planteándome si no me estaría poniendo excesivamente a la defensiva hasta que un día, estando con amigos, entre ellos uno que no sabía del tema, apareció, se tomó una cerveza con nosotros y, cuando se fue, este que no estaba al día del asunto, me preguntó: ¿Tenéis mal rollo, vosotras dos, no? Pensé, vale, no estoy loca. (Y pensé también: buf, qué pe-re-zón, esto yo no lo quiero para nada).

Ahora, el Wall Street Journal, dice esto. Y decirlo es poner en evidencia una injusticia que de tan trillada, opinada y manifestada (de hacer manifestaciones), parecía paranoia ya. Pero no: el Wall Street Journal, que no se juega nada en todo esto, también lo ha visto y está afirmando más que preguntando: Tiene mal rollo esta con vosotros, ¿no?

Así que no estamos locos, así que todo el mundo lo está viendo. Así que a Rajoy (y a España, de rebote) se le acaba de ver el plumero. Y buf, qué pe-re-zón: habrá que quitárselos de encima de alguna manera, digo yo. No sé.

(Precisamente por esto que acabo de explicar, digo que es absolutamente necesario hablar de independentismo en castellano. Y en inglés. Y en lo que se tercie).
Cosas de empresa que no van a ninguna parte.

Servidora hace años trabajaba en un programa de una televisión local: Saló de lectura, ya lo saben. La cadena decidió que el programa se acababa y tuvo el detalle de ofrecerme un puesto en otro programa: Telemonegal. Acepté. Meses después, me llamó el jefe del equipo del programa inicial, para decirme que estaba poniendo en marcha otro proyecto, L'hora del lector, que se haría en otra cadena, TV3, y que me proponía que formara parte del equipo. Acepté.

Entré al despacho de mi jefe directo entonces. Le conté la propuesta que había recibido. Me preguntó qué iba a hacer. Le dije que aceptar. Miró los papeles que tenía encima de la mesa y contestó con tono decepcionado: Bueno, haz lo que quieras. En ese momento, me entraron todas las dudas: Telemonegal era el programa decano de la cadena, yo tenía un contrato indefinido con la productora y la persona que tenía delante, mirando abajo, diciéndome haz lo que quieras, era una de las personas con la silla más asegurada de la televisión local (años después, el Telemonegal aún se emite).

Hice una cosa entonces que me salió del alma: en vez de dar media vuelta, volver a mi ordenador y ponerme a redactar la carta de renuncia, separé la silla de la mesa, me senté y le solté:

Ferran, tú eres una de las personas que más sabe de televisión en esta ciudad. He estado unos meses muy bien trabajando con tu equipo pero me hace una ilusión loca volver a trabajar con el del Saló de lectura. Los libros son mucho más mi tema que la tele, pero no tengo ni idea de cómo funciona TV3. Las condiciones que me ofrecen son esta, esta y esta otra. En realidad no vengo a comunicarte que me voy, vengo a pedirte que me aconsejes qué hacer.

Me miró y me dijo: Vete a TV3. Y sonrió. Y me felicitó.

Le di las gracias y entoces sí, salí, fui a mi ordenador y escribí la carta de renuncia.

Antes de entregarla, llamé al jefe de la productora, como detalle. Pensé que fue él quien me llamó para ofrecerme el trabajo y que por lo tanto, debía llamar yo para decirle que lo dejaba. No me cogió el teléfono. Le volví a llamar tres o cuatro veces. No hubo manera. Al día siguiente volví a intentarlo. Cuando por fin contestó días después, ya había hablado con Ferran. Me dijo que estaba muy decepcionado conmigo, que había puesto la mano en el fuego por mí cuando, decidiendo si ofrecerme el trabajo en Telemonegal o no, Ferran había expresado sus dudas (por lo visto preveía que, a la que el equipo del Saló de lectura volviera a juntarse, si lo hacía, yo me iría y él le había convencido de que no, sin haber hablado conmigo de este tema en absoluto). También me dijo que cuando se acabara la historia de TV3 no contara con volver a trabajar para su productora. Le dije que de acuerdo y que me pasaría al día siguiente a entregar la carta.

La cosa quedó ahí.

Imagínense que este tío, en ese momento, hubiera llamado a un periodista amigo y le hubiera contado la historia desde su punto de vista. Imaginen que el periodista hubiera comprado la historia y hubiera publicado un artículo tachándome de traidora, interesada y trepa total.

Pues eso es lo que está pasando con esto, que en el fondo es una cosa tan sentimentaloide como esta otra. En el fondo, no importa nada: son tejemanejes empresariales que deberían quedarse en eso pero que nos empeñamos a mezclar con sentimientos; que parece que arrojan luz sobre la forma de ser y de trabajar de la gente, cuando en realidad lo único que ofrecen es una visión sesgada del asunto que no va a ninguna parte: Calvo serguirá escribiendo, de momento, para Seix Barral, y en Mondadori, quien tenga que comer ajos por ello, seguirá comiéndolos. A Calvo le quedará colgado el sanbenito de escribir libros como quien hace chorizos cuando le ponen la zanahoria del premio delante de las narices, y él seguirá escribiendo libros como sabe hacerlo: que tiene una pizarrita en la pared, pues con una pizarrita en la pared; que le salen en dos meses, pues en dos meses le salen; que son un primor de libros, pues un primor de libros sean; que son una patata, pues...

Y así. No importa nada, en serio. Nos empeñamos en analizar los métodos según nos lo cuenta una de las partes y no tenemos en cuenta los motivos de la parte principalmente interesada. Figo jugó en el Barça y luego en el Madrid. Y de Guardiola, San Guardiola, que tanto daba por el equipo pero que se negaba a firmar contratos largos, no sé, ya hablaremos de aquí a unos años.