divendres, 6 de juliol del 2012

Dietario de la tienda. Día 4

Hay los clientes que te tratan bien, los que te instrumentalizan (nena, tráeme esto; nena, tráeme lo otro: estos te hacen, básicamente, hacer tu trabajo. Te puede sentar mejor o peor dependiendo de las ganas que tengas y de su grado de exigencia pero, en el fondo, ni bien ni mal, todo correcto) y los que te tratan mal.

Y luego están los bipolares.

Hoy ha pasado por la tienda una bipolar. Y luego ha llamado por teléfono.

Ha pasado por la tienda y ha montado un diosescristo porque no teníamos LA camisa que le gustaba, que era una camisa absolutamente normal, en LA talla de su marido, que era una talla absolutamente normal. Lo absolutamente normal en rebajas es que las camisas absolutamente normales en las tallas absolutamente normales se agoten a la primera de cambio porque la gente es absolutamente normal dentro de lo especialitos que son todos. ZZZZZZZZZ... Lo especialito de esta señora absolutamente normal era su resorte flojo en el momento de ponerse a poner el grito en el cielo: de repente ella ha entrado en cólera y nos ha gritado que éramos una panda de incompetentes por no tener esa camisa, y que no creía ella que estuviera pidiendo nada del otro mundo. Se ha ido solo cuando, tras haber llamado a la otra tienda, la que hay en el centro comercial, para comprobar que también de allá habían volado aquellas camisas, le hemos prometido que cuando llegara el jefe, le diríamos que llamara al almacén para ver si allí quedaba alguna.

Ha venido el jefe. Ha llamado al almacén. En el almacén tampoco les quedaban. Le hemos llamado, se lo hemos explicado y nos ha contestado que muchas gracias, que le habíamos tratado muy bien y que lo tendría en cuenta en sus próximas expediciones de caza de camisas ordinarias.

Manoli ha colgado el teléfono alucinada. La Patri y yo habíamos estado mirándole desde detrás del mostrador, como miran los mocitos de cuadrilla desde la barrera al torero que se enfrenta por la tarde al toro que ha corneado a cuatro guiris en el encierro de esa mañana. Nos ha mirado y nos ha dicho: ha estado simpatiquísima. Debe de ser bipolar, he dicho yo, o eso, o acaba de pegar un polvo. La Patri se ha reído.

Ha sido una tarde aburridota, de las que solo los bipolares te dejan alguna historia que contar. Es lo fácil, claro: acabar explicando anecdotillas de gente que se sale patéticamente de lo absolutamente normal que decía antes. Estar tan cero inspirada, inspirada cero hasta el punto de ser incapaz de ver lo fascinante de lo habitual.

Me pasa cuando trabajo por las mañanas en la editorial y por las tardes en la tienda, que todo se me hace mucho más largo y anodino, que acabo volviendo en el tren con ganas de una buena conversación que me salve el día pero con fuerzas solo para llegar a casa, abrir el libro que he cogido esta mañana del despacho y leer:

El ruido más horrible del mundo es el que produce un sombrero de copa al caerse.

E irme a dormir pensado que qué providencial ha acabado resultando que esta mañana nos hayamos puesto a hacer limpieza en el despacho del jefe editor y que uno de los libros de los que quería deshacerse fueran las Greguerías de Gómez de la Serna. Qué fantástico antídoto este libro contra este día del no saber ver más allá de lo estridente.
Te rompes la pierna por tres sitios diferentes y descubres, maravillas del cuerpo humano, que tus huesos sueldan que da gusto y que, en unos meses, estás recuperado. No lo sabrías si no te la hubieras roto. Qué guay.

Las historias de superación cuando la superación es la única opción que uno tiene, me tocan las pelotas. Buscar motivos de alegría en la desgracia, sacar conclusiones positivas de todo, me parece un consuelo para tontos.

Si la pierna no hubiera soldado, la vida nos habría enseñado que podemos apañarnos andando solo con la sana. Si no hubiéramos podido volver a andar, la vida nos habría enseñado que podemos apañarnos en silla de ruedas. ¿Qué quieren que les diga? Prefiero vivir imaginándome que podría hacer todo eso: el empirismo está bien cuando uno se propone empirizar, cuando parte de la decisión de uno de ponerse a prueba. Cuando la cosa te cae encima y lo único que te queda es empirizar, ya me dirán dónde está el mérito: ¿en no morirse? Por esta regla de tres, todo el mundo que muere en el intento, que no supera lo de la pierna rota o cualquier otra desgracia, ¿es un vago, un cobarde, un débil, un humano de categoría inferior? Muy darwiniano todo, sí.

Todo el mundo que no se rompe una pierna, ¿es un ignorante de sus posibilidades y menos fuerte que quien sí? Pues igual, pero por lo menos sigue andando derecho.

Que sí, que vale, que hay que reconocerle un cierto mérito a la gente que, por lo que sea, lo ha tenido más difícil de lo normal. Que un comentario de 'qué fuerte eres', puede que anime en primera instancia pero que, cuando te lo han repetido tantas veces, acaba cansando. Yo misma recuerdo que, durante un tiempo, cuando aún me decían cosas como '¿ves? ahora sabes que puedes apañártelas sola', pensaba: 'vale, muy bien, ya lo sé, lección aprendida, vaya cosa, ahora quiero volver a lo de antes'. Y me acababa frustrando aún más.

Todos los veranos, cuando le decía a mi madre que iba justa de pasta porque, durante unos meses, no cobrábamos en el trabajo, ella me decía: 'Puedes volver a vivir a casa cuando quieras, ¿no te tranquiliza eso?' Le acabé respondiendo un día que sí, que me tranquilizaba igual que saber que ella tenía dos riñones y, si llegaba el caso, me podría donar uno. No comparaba el volver a vivir a casa con el que se me atrofiara un riñón y necesitara un transplante, no me entiendan mal, era simplemente que ponía los casos extremos al mismo nivel, y una desgracia -sea no poder mantenerse uno económicamente, sea estar al borde de la diálisis- es una desgracia y punto, por mucho que uno tenga la solución a la vuelta de la esquina.

Ay, no sé, es que he vuelto a empezar el día leyendo el Ara y el mensaje este constante de superación y de querer es poder me toca las pelotas, ya lo he dicho al principio.