dimecres, 25 de juliol del 2012

Recuerden estas palabras: "

'No permetré que ningú vingui a manar des de fora'

... porque son la clave de la no independencia de Catalunya: un President que cree que hay que impedirles la entrada, cuando en realidad ya están dentro y lo que habría que hacer para conseguirla es echarles.

(Ay, estoy muy Isabel la Católica. Jojo!).
Total, que leyendo lo que se ha filtrado de la que será la ceremonia de inauguración de los juegos de Londres, la cosa parece una obra de teatro de instituto americano, con niños vestidos de pavos de thanksgiving, de pioneros y de árboles (los más torpes); pero en británico, o sea, de obreros de fábrica, de sindicalistas y de máquinas de vapor (los más torpes). Y James Bond bajando de un helicóptero. Bravo.

Aún así, dicen que será del todo menos austera porque quieren lanzar un mensaje de optimismo al mundo, que debe de consistir en una especie de show must go on aunque todo se hunda, amplificado salvajemente por, como siempre, la televisión.

No sé, a mí no me educaron así.

Cuando mis padres vinieron a vivir a Barcelona y se compraron un piso en la calle Mandri, recuerdo que a mi madre le daba cierto reparo ir diciéndolo por ahí en Pamplona. Mi padre trabajaba como un bestia y aquella era la época en la que, por lo visto, si trabajabas como un bestia, tenías una cierta ambición y sabías manejar tu carrera -y mi padre era de los que tenía el culo pelao de manuales de marketing en la época en la que el marketing era anuncios de la tele y poco más-, podías hacer una cierta fortunita, la suficiente para comprarte un piso en Mandri, llevar a los niños a escuelas de pago y asegurarte de que iban aprendiendo además todo lo que no habías podido aprender bien tú, o sea, piano e inglés: esas eran las grandes ambiciones de mi padre y les juro que nunca le he visto darse más lujo que esos: el piso y nosotros, nosotros y el piso. Y un piano. Para nosotros también.

Fue a finales de los 80, cuando vinieron mis padres: aún no habían pasado los juegos olímpicos y aún nadie conocía Barcelona más allá del sitio aquel donde habían hecho un estadio lleno de goteras.

Mis tíos, en Pamplona, preguntaban por lo típico que se le pregunta al emigrante: cómo es aquello y dónde vives. Mi madre decía 'cerca del Tibidabo', conocido en Pamplona por el Dibidabo y como nadie sabía exactamente qué quería decir eso, inmediatamente preguntaban: '¿cerca de la playa?'. 'No, de la montaña'. Y así, en Pamplona, el Dibidabo no podía ser tan de ricos porque los ricos de verdad viven en Donosti de toda la vida, a pie de mar.

En la montaña se escudaba mi madre para no fardar. Fardar era lo peor, ni mensaje de optimismo ni nada. Fardar era un poco mira qué hago yo que tú no has podido hacer, y eso era feo, feo, feo cuando yo tenía un tío camionero, una tía enfermera y otra maestra, y mi padre a lo 'único' que se dedicaba era a viajar a América y a inventarse eslóganes para campañas antiabandono de perros en vacaciones.

Así que no se podía fardar.

Hasta que un día, vino mi tía. Se quedó unos días en casa de mis padres y volvió a Pamplona diciendo que había estado en Sucunzingham Palace. A mi madre se le caía la cara de la vergüenza. Ya no había montaña que pudiera arreglar aquello. Nosotros le decíamos: 'jolín, mamá, ¿qué más dará?'

En Pamplona, todo el mundo de repente quería venir al Palace para ver los juegos olímpicos. No sé cuántos vinieron entre tíos y amigos. Cuentan que el portero se asustó al verles llegar con colchones y almohadas. Y luego cuentan que se lo pasaron tan bien que aún, veinte años después, andan contando anécdotas de aquello, de los colchones, de las almohadas y de la cara del portero. De la ceremonia de inaguración, no.

Fue entonces cuando mi madre entendió una cosa: la gracia de tener un palace que haga que la montaña, por fin, gane en pijerío a la playa, es que el palace tenga una superficie de suelo enorme para que la familia te la llene de colchones y se eche a dormir cuando quiera. Eso es lo que mola de tener un tío, un hermano, un amigo rico; eso es lo que da para compartir alegría, no que te enseñe las fotos, no que te pase una película del mira lo que tengo, mira lo que tengo, en tiempo real.

O sea, que la millonada que se van a gastar en la organización de la ceremonia de marras y en su posterior retransmisión, se la podían meter directamente up their asses.

A mi madre se le va a caer la cara de la vergüenza ajena que va a pasar cuando vea que en el suelo del chiringuito que han montado en Londres no hay ni un metro cuadrado para meter un colchón, ni un puchero extra en la cocina para preparar una buena cena.