dimecres, 12 de setembre del 2012

Quien ayer estaba en Barcelona, era imposible que no se diera cuenta de que estaban pasando cosas que se veían desde Australia. Así que hoy, servidora, leyendo 'time lines' y repasando blogs de ciertos escritores que recientemente se han instalado en la ciudad, al no encontrar ninguna palabra dedicada al asunto, no ha podido sino pensar en la patética declaración de principios que tal ausencia de referencias significaba.

Esta gente ha dejado claro que vive sin vivir en ninguna parte; que les pasa una apisonadora por encima y ellos, desde el suelo, están dispuestos a escribir una oda a la flor que sigue creciendo, sin mencionar para nada que de ese suelo ya no podían crecer flores. Así que la flor en cuestión, aquella de la que ellos conocen -pero le roban- la imposibilidad, será vista por sus lectores, si es que un día llegan a tener alguno, como una flor más; mejor o peor descrita, pero una flor cualquiera. Y ellos serán, hasta que venga un loco que los explique en una tesis que leerán cuatro, unos flipados por las flores sin justificación alguna; y su obra, la cosa más vacía del mundo.

Felicidades, chicos, y benvinguts al món, sitio del cual no estáis entendiendo nada.
El día de la manifestación delante de la sede del PP de Catalunya, justo un día después de los atentados en Atocha, había muchísima gente y había muchísima policía también. Nos juntamos allí un montón de amigos, mi hermana Nuria y yo. Hubo un momento en el que sonaron un par de pelotazos. A mi hermana y a mí se nos activó el instinto de supervivencia pelotazo-¡corre! A nadie más le pasó: de repente nos dimos cuenta de que los pelotazos habían parado (aquello que oímos debió de ser simplemente de advertencia) y de que todo el mundo se había mantenido en su sitio: nadie más había huido. Yo después pensé: Joder, mi hermana y yo, educadas en un sitio en el que cuando disparaban, disparaban a dar, nos hemos acojonado vivas mientras que el resto, cual animalillos domésticos, ignorantes por tanto de este tipo de violencia, se han quedado en el sitio.

Una ha crecido en un independentismo criminalizado, tomado como cosa de adolescencia rebelde, irracional, de la que padres y cualquier autoridad moral le aconsejaba que se alejara por las consecuencias que este pudiera acarrear, que siempre eran malas, o sea, por miedo.

Hoy no me he acercado hasta Via Laietana hasta las ocho de la tarde. Hace unos días soñé que un loco, en la manifestación, sacaba un arma y disparaba contra la multitud. También hace unos días pensé que lo más lógico sería que se liara parda al final. No he salido de casa antes porque no quería perderme nada. He estado enganchada a la retransmisión de TV3 desde el principio. Hacia las ocho, me he acercado a Via Laietana. He parado en el stand de Labreu, he hablado un ratito con Ester y después me he asomado a ver qué se cocía.

Lo que se cocía era miles de personas pidiendo la independencia y nadie diciendo que aquello fuera malo. He visto furgones y policía en la plaza de Sant Jaume. Los policías iban a cara descubierta, ni siquiera llevaban una porra en la mano.

Un rato más tarde, en el 23, en Robadors, tomando unas cervezas tranquilamente en la calle, les contaba a mis amigos que hasta poco antes estaba convencida de que la cosa acabaría fatal, que yo había crecido creyendo que aquello que acababa de pasar era una cosa criminal, de adolescencia rebelde, irracional, de la que padres y autoridad blablablá.

No se imaginan el gran triunfo, que ha supuesto lo de hoy para los que crecimos creyendo todo aquello, para los que crecimos creyendo que todo aquello era malo y que, por tanto, no era posible.