dilluns, 29 d’abril del 2013

Yo me estoy dando cuenta de que uno, con los años, acaba repitiéndose. También, uno con los años acaba encontrando justificaciones a dicho repetirse; se dice cosas como que, bueno, que lo que pasa es que hay temas que son los verdaderamente importantes y que si van saliendo y saliendo y saliendo calcados, si la mente tira de ellos a la primera de cambio, es porque uno es coherente y maduro y hay preocupaciones que trascienden al momento porque son las verdaderamente importantes y blablá.

Que me voy a repetir, vaya,

Uno de los mayores berrinches de mi vida me lo cogí cuando me enteré de que aquello que me habían enseñado de que si hacías las cosas bien, las cosas te salían bien era mentira; fallllllso como un duro de cuatro pesetas; uno de los engaños mejor montados, más protegidos, de la historia de la humanidad (o igual no de hace tanto tiempo, que luego ya me enteré que era una cosa más bien judía, católica igual también; que iba muy así de la mano con lo de ir o no al cielo); uno de aquellos engaños que si funcionan te hacen pensar que claro, que con lo bueno que eres, te mereces todo lo mejor; pero que si no te lo acabas llevando -lo mejor-, en el caso de que te lo hayas creído, te hace un desgraciado total y absoluto, un cenizo, acabas siendo un tipo de cabeza gacha cuando no te queda ninguna de las fases psiquiátricas -shock, negación, caída en picado... ya saben- por quemar.

Miren si estoy traumatizada -que no es coherencia, que es trauma- por todo aquello que me ha vuelto a venir a la cabeza la cosa cuando me he enterado de la enésima trampa: en el borrador de la declaración de la renta, viene por defecto marcada la casilla que indica que renuncias a la devolución.

Pero es que imagínense: se pasan ustedes el año trabajando, haciendo números cada vez que les sale un trabajito nuevo para ver si les compensa o no cogerlo, que a veces son pan para hoy y collejón para mañana estos trabajos, porque de repente te has pasado de franja resulta que por ganar 50 euros más o menos, luego te reclaman unos cientos más y te los reclaman todos juntos además y ya la has liao, que resulta que, en neto, ganas menos, y que ese menos era lo que te servía para pagar el teléfono, por ejemplo, o el agua o el gas o el comedor del cole; y que, trabajando más al mes, te ves llegando menos a fin de mes; o que acostumbrado a que, con la renta, te cayeran al año doscientos euricos por sorpresa, porque nunca sabías cuándo te iban a caer, sin en junio o en diciembre con los langostinos congelados ya comprados; de repente te los quitaran el mismo día cero de hacer la declaración o la mitad el día cero y el día treinta la otra mitad.

Imagínense que han trabajado, les han retenido todo el año un tanto por ciento más que el año anterior, o sea, el tanto por ciento con el que pagaban el teléfono o el agua o el gas o el comedor del cole, llegan un día cansados a casa, se encuentran el borrador en el buzón, ven que les devuelven los doscientos euricos y llaman inmediatamente para confirmarlo, que más vale pájaro en mano, y dicen sí, sí, sí a todo. Y luego, esperando, esperando, llaman un día antes de comprar los langostinos congelados a ver qué hay de lo suyo, y les dicen que de lo suyo no hay nada pendiente, que les consta que usted renunció a la devolución, que mire los papeles. Y los mira y ve que sí, que la casilla está marcada de imprenta y que, eso en concreto, se les olvidó preguntar para que usted dijera si sí o si no.

Entonces es cuando ustedes se cagan en lo de hacer las cosas bien; en lo de pagar el IRPF que toca, hacer facturas con IVA y mirar de no pasarse de la franja para ahorrarse unos euricos. Entonces es cuando ustedes deciden que igual entendieron las cosas mal cuando se las explicaron y que a ver por qué tenían que estar ustedes en el lado de los que hacían las cosas bien o mal y no en el lado de los premiadores o castigadores, que a lo mejor podían decidir ustedes quién se llevaba el castigo, porque no paran de ver a gente haciendo las cosas mal.

Entonces es cuando deciden ser el justiciero y, hartos de todo lo que está pasando, salen a la calle y se lían a pedradas con los cristales de la administración de hacienda de su barrio, del banco de la vuelta de la esquina y, recogiendo a su vecinos, que están también en la calle como usted, se plantan en la delegación del Gobierno y acaban con todo también.

Puede que luego vengan a castigarles porque ellos son más y están mejor armados y organizados. Entonces entenderán que así, tal como están montadas las cosas, no gana quien se empeña en hacerlo bien sino, precisamente, quien lo hace todo mal y está mejor armado y organizado porque de alguna manera tiene que protegerse de ustedes, claro.

Creo que de esto último es un poco de lo que nos estamos dando cuenta. Creo que por eso no acabamos de salir a la calle.

(Que rule lo de la renta: si no desmarcas la casilla, no te devuelven la pasta que te corresponde y se la queda el Estado. Me parece como la ultimísima canallada).

dijous, 25 d’abril del 2013

De la idiotez.

Si yo digo que las brújulas no buscan nada, que simplemente lo señalan, no estoy metiéndome con Albert Espinosa: estoy hablando de algo mucho más grande; de un editor, por ejemplo, que le ha dejado pasar a Espinosa un error o una figura absurda que busca -las figuras sí buscan cosas, como prácticamente todo lo que se dice- brillo (aunque sea vacío) desde el título mismo del libro en cuestión. Ya lo hace esto Espinosa, con nombres absurdamente largos, frases sin ton ni son y portadas estridentes de acompañamiento. Bueno, hay que llamar la atención en el stand y en el estante, ya se sabe cómo va.

Lo malo es que en esta dinámica que estamos se ve demasiado al escritor. Lo malo es que hay que publicarle libros a Espinosa porque habiendo estado enfermo, trabajando tanto como trabaja y tocando los temas que toca con tanta amabilidad y buenrollismo, sólo somos capaces de concluir que Espinosa es un buen tipo, y caemos tan de pleno en el consabido 'los tipos buenos deben triunfar' -conclusión que no es conclusión, que simplemente es mantra, talismán de a duro, bendición de gitana lectora de manos- que nos pasamos de rosca y acabamos decidiendo que los libros de Espinosa no se pueden criticar.

Yo aún estoy esperando a ver una crítica literaria, con pies y cabeza, de este último libro de Espinosa o del anterior o del anterior. Si tienen un link, me lo pasen, por favor. Y si leo una que diga que es bueno, me lo compro, se lo juro, mañana mismo, en la Laie del CCCB.
(Marina Espasa i Joan Todó m'apunten ràpidament aquesta crítica de Ricard Ruiz Garzón. Pues nada, ahí tienen retratado uno de los libros más vendidos este Sant Jordi).

Consecuencia de todo esto es que los clásicos ni siquiera los modernos, los que han sobrevivido porque realmente hacían buena literatura, no pueden competir. No sabemos si Dante sonreiría y abrazaría a todo el mundo en la parada de La Central, si Proust participaría activamente en tal movimiento social o si Flauvert se prestaría a hacer entrevistas larguísimas o cortísimas con foto haciendo el pino al lado de Bibiana Ballbé. Consecuencia de todo esto es que la gente hoy tiene un libro nuevo en su mesilla de noche que no sabe ni qué es, que tiene algo que chirría en el título que ni siquiera han visto cuando se lo han regalado. Pero da igual: todo esto lo compensa la foto con ese escritor tan simpático que tienen guardada en el móvil y que ni se preocuparán por rescatar cuando, por puntos, puedan cambiarse a otro de nueva generación. Esto último es lo que pasará con todos estos libros y con todos estos escritores. Puede que con alguno de los buenos también, pero es que con todos los malos, con los que dicen que las brújulas buscan cosas, más claro no se puede ver venir.

dimecres, 24 d’abril del 2013

Miren, yo soy casi más de no fijarme en lo que hace o no hace el otro. Es absurdo. Es una cosa que no puedo controlar, así que mejor no empecinarme. Pero es que ayer me pasé una hora sentada a dos autores de Albert Espinosa, en la caseta de la Fnac. Estábamos en fila, mirando al frente. Yo veía a mi lado a Miguel Noguera, al lado de Noguera a Santi Balmes y al lado de Balmes un mogollón de gente de pie, vestidos de negro la mayoría, dentro del stand, y un montón muchísimo más grande -no veía dónde acababa- de gente haciendo cola, fuera.

Era como si nos hubieran hecho sentar por orden de gradación: de menos mediático a más mediático. La menos mediática (yo) esa hora firmó sólo un libro (el que me pidió, al final, Octavi Botana, imagínense). El segundo menos mediático (Noguera) firmó unos ¿ocho? ¿diez? a gente que le venía o simplemente pidiendo la firma o diciéndole que eran muy fans o que también dibujaban, así, discretamente; el tercer menos mediático -el mediatiquillo- (Balmes), debió firmar unos veinte; aguantó a fans más nerviosas que las de Noguera y a dos chicas que, de repente, se le pusieron a cantar y a bailar algo que parecía que se habían inventado ellas, con letra que decía satibaaaaalmeeeees, santiiibaaaaalmeeeees, y así; él sonreía con esa cara que tiene siempre de entre estar muy preocupado y no saber dónde meterse. El cuarto era el MEDIATICAZO. La marabunta que tenía delante estaba nerviosa, algunos llevaban su nombre escrito en la frente, todos lo tocaban y le daban besos... ¿todos? ¡No! El niño al que sus padres llevaban en la silla de ruedas, no creo que lo tocara. Supongo -yo no lo veía, entre tanta gente- que si sus padres se lo pidieron, sería él, Espinosa, quien se sentara encima de la mesa y estirara las manos para darle un abrazo, que es lo que estaba haciendo con todo el mundo Víctor Amela, a quien yo tenía dos sillas más allá, hacia el otro lado de la mesa.

Noguera me contó que en otro Sant Jordi le tocó firmar al lado de Espinosa. Que todo el mundo que se le acercaba le contaba que su hijo, su amigo, su tío, su abuela estaban enfermos de cáncer; que se estaban muriendo o que se estaban curando; que toda la familia lo estaba pasando fatal y que sus libros, series y tal les ayudaban mucho. Lo contaba Noguera y luego hacíamos cálculos de cuántas horas seguidas puede aguantar un ser humano la cantinela estoy enfermo, estás enfermo, está enfermo, estamos enfermos, estáis enfermos, están enfermos, sin acabar poniéndose enfermo y mandándolo todo a la mierda. Proyecten ahora: cuántas horas seguidas puede aguantar un ser humano la cantinela te veo por la tele, la cantinela mi padre te vota, la cantinela mi abuelo está enterrado en una cuneta, la cantinela eres una víctima. Me das un beso, me das un abrazo, me hago una foto contigo.

No creo que reciban ni un sólo comentario como el que a mí me salió decirle a Joan Safont -autor cero mediático. ¿Saben quién es?-. Le dije: Creo que voy a aprender mucho con tu libro. O como el que le solté el otro día a José Luis Cuerda -que, miren, hace cine, pero mediático mediático, según esto que ahora quiere decir mediático, tampoco es-. Le dije: Me pensaba que el título de tu libro era por Robinson Crusoe, que lo primero que hace en la isla es amaestrar una cabra; ahora que has explicado que no, tengo ganas de volvérmelo a leer, pero entendiendo lo de la cabra desde tu perspectiva.

¿Ustedes creen que, de esta gente mediática, los que se crean escritores -que no creo que todos sean tan inconscientes- se encuentran con lectores que les hablan de sus obras como piezas de calidad literaria, como piezas que les abren puertas para aprender, para madurar intelectualmente? Yo no. ¿Ustedes creen que ellos mismos coquetean con la cosa de escribir con afán de calidad literaria, afán de abrirse puertas nuevas en su proceso intelectual? Yo tampoco.

¿Que se forran? Que se forren. Me parece muy bien. Yo, a lo mío.
Miren, yo soy casi más de no fijarme en lo que hace o no hace el otro. Es absurdo. Es una cosa que no puedo controlar, así que mejor no empecinarme. Pero es que ayer me pasé una hora sentada a dos autores de Albert Espinosa, en la caseta de la Fnac. Estábamos en fila, mirando al frente. Yo veía a mi lado a Miguel Noguera, al lado de Noguera a Santi Balmes y al lado de Balmes un mogollón de gente de pie, vestidos de negro la mayoría, dentro del stand, y un montón muchísimo más grande -no veía dónde acababa- de gente haciendo cola, fuera.

Era como si nos hubieran hecho sentar por orden de gradación: de menos mediático a más mediático. La menos mediática (yo) esa hora firmó sólo un libro (el que me pidió, al final, Octavi Botana, imagínense). El segundo menos mediático (Noguera) firmó unos ¿ocho? ¿diez? a gente que le venía o simplemente pidiendo la firma o diciéndole que eran muy fans o que también dibujaban, así, discretamente; el tercer menos mediático -el mediatiquillo- (Balmes), debió firmar unos veinte; aguantó a fans más nerviosas que las de Noguera y a dos chicas que, de repente, se le pusieron a cantar y a bailar algo que parecía que se habían inventado ellas, con letra que decía satibaaaaalmeeeees, santiiibaaaaalmeeeees, y así; él sonreía con esa cara que tiene siempre de entre estar muy preocupado y no saber dónde meterse. El cuarto era el MEDIATICAZO. La marabunta que tenía delante estaba nerviosa, algunos llevaban su nombre escrito en la frente, todos lo tocaban y le daban besos... ¿todos? ¡No! El niño al que sus padres llevaban en la silla de ruedas, no creo que lo tocara. Supongo -yo no lo veía, entre tanta gente- que si sus padres se lo pidieron, sería él, Espinosa, quien se sentara encima de la mesa y estirara las manos para darle un abrazo, que es lo que estaba haciendo con todo el mundo Víctor Amela, a quien yo tenía dos sillas más allá, hacia el otro lado de la mesa.

Noguera me contó que en otro Sant Jordi le tocó firmar al lado de Espinosa. Que todo el mundo que se le acercaba le contaba que su hijo, su amigo, su tío, su abuela estaban enfermos de cáncer; que se estaban muriendo o que se estaban curando; que toda la familia lo estaba pasando fatal y que sus libros, series y tal les ayudaban mucho. Lo contaba Noguera y luego hacíamos cálculos de cuántas horas seguidas puede aguantar un ser humano la cantinela estoy enfermo, estás enfermo, está enfermo, estamos enfermos, estáis enfermos, están enfermos, sin acabar poniéndose enfermo y mandándolo todo a la mierda. Proyecten ahora: cuántas horas seguidas puede aguantar un ser humano la cantinela te veo por la tele, la cantinela mi padre te vota, la cantinela mi abuelo está enterrado en una cuneta, la cantinela eres una víctima. Me das un beso, me das un abrazo, me hago una foto contigo.

No creo que reciban ni un sólo comentario como el que a mí me salió decirle a Joan Safont -autor cero mediático. ¿Saben quién es?-. Le dije: Creo que voy a aprender mucho con tu libro. O como el que le solté el otro día a José Luis Cuerda -que, miren, hace cine, pero mediático mediático, según esto que ahora quiere decir mediático, tampoco es-. Le dije: Me pensaba que el título de tu libro era por Robinson Crusoe, que lo primero que hace en la isla es amaestrar una cabra; ahora que has explicado que no, tengo ganas de volvérmelo a leer, pero entendiendo lo de la cabra desde tu perspectiva.

¿Ustedes creen que, de esta gente mediática, los que se crean escritores -que no creo que todos sean tan inconscientes- se encuentran con lectores que les hablan de sus obras como piezas de calidad literaria, como piezas que les abren puertas para aprender, para madurar intelectualmente? Yo no. ¿Ustedes creen que ellos mismos coquetean con la cosa de escribir con afán de calidad literaria, afán de abrirse puertas nuevas en su proceso intelectual? Yo tampoco.

¿Que se forran? Que se forren. Me parece muy bien. Cada loco con su tema.
¿Se enteraron de que ayer los Gent Normal nos hicieron un regalo a todos?

dilluns, 22 d’abril del 2013


Ésta podría ser una entrada de gran utilidad para ustedes, si quisieran que cualquiera de estos cuatro de aquí arriba les firmáramos un libro mañana, y también para nosotros, si quiséramos que supieran dónde estamos para que nos pudieran traer un bocatita de cualquier cosa a la hora de merendar, por ejemplo.

dilluns, 15 d’abril del 2013

Lo de la Cospedal es de haber oído de jovencita muchas canciones de Def Con Dos (que no le gustaban nada), habérselas creído al pie de la letra y haber llegado a la conclusión de que algo tenía que hacer al respecto. Es de creer en los malos y los buenos (en siendo los buenos ella, faltaría plus); es de creer que si tienes poder, es normal que todo esté en tu contra y tu trabajo es simplemente acabar con todo eso desde una perspectiva muy chunga: la de la (falsa) víctima poderosa.

La (falsa) víctima poderosa es el personaje más siniestro que uno puede echarse a la cara. Su poder -el que creen que tienen y que a veces, de hecho, con los suyos, les funciona- se lo han robado a alguna víctima que sí lo fue de verdad. Cuando la Cospedal nos acusa de nazis, cuando su círculo nos acusa de terroristas, se está aupando en una montaña de muertos; se está adueñando de una parte de la Historia para hacérsela venir bien.

La Cospedal, cuando nos llama nazis, no nos está llamando nazis a nosotros en realidad: se está llamando víctima ella: está sacándonos de la caverna y enfrentándonos a una víctima, idea pura, que, mira por dónde, tiene su cara; lo malo es que no lo hace para que la compadezcamos, para que alguien venga a salvarla o para que la dejemos en paz: lo hace para justificar algún acto de defensa desproporcionado que, en estos momentos, seguramente, ya debe de tener a medio diseñar.

La Cospedal nos está pintando de nazis igual que los nazis pintaron de judíos a los judíos para justificar todo lo que vino después.

Miren si es chunga, chunguísima, la (falsa) víctima poderosa que, siendo precisamente los suyos los que se empeñan en no reabrir las zanjas de las cunetas de las carreteras, luego, ella, hablando, abre zanjas aún mayores sin pensárselo un segundo, a la que ve la oportunidad de sacar algún provecho.

Ven con quién nos las tenemos, ¿no? Ven el juego sucio que se traen entre manos.

Pues todo esto es lo de la Cospedal.

diumenge, 14 d’abril del 2013

De cualquier cosa que pase, Dylan ya ha hecho una canción.

One of Us Must Know (Sooner or Later) by Bob Dylan on Grooveshark
"Un hombre que ha nacido en Kenosha, Oshkosh, White Water, Blue Earth o Tucaloosa debería tener los mismos privilegios que un hombre nacido en Moscú, París, Viena o Budapest. Pero el hombre blanco norteamericano (para no hablar del indio, del negro o del mexicano) no tiene la más remota oportunidad de abrirse camino. Si tiene talento, está condenado a que ese talento sea aplastado en una forma o en otra. El "estilo americano" consiste en convencer a un hombre de que debe dejarse sobornar y convertirse en un prostituto. O, en caso contrario, se le pasa por alto, se le hace pasar hambre hasta que se somete y consiente en ser un sirviente. No son los océanos los que nos separan del resto del mundo: es la actitud norteamericana ante la vida. Aquí nada prospera, salvo los proyectos utilitarios. Uno puede recorrer millares de millas y no enterarse de la existencia del mundo del arte. Uno aprenderá cosas sobre la cerveza, la leche condensada, los artículos de goma, los alimentos envasados, los colchones inflables, etc., pero nunca verá ni oirá nada que tenga que ver con las obras maestras del arte. A mí me parece igualmente milagroso que el hombre joven de norteamérica haya oído los nombres de Picasso, Céline, Giono y otros como ellos. Tiene que luchar como un león para ver la obra de estos hombres y, cuando está frente a la obra de los maestros europeos, ¿cómo podrá saber o entender lo que ha producido esa obre? ¿Qué relación tiene dicha obra con él? Si es un ser sensible, en el momento en que llega a ponerse en contacto con la obra madura de los europeos, ya está medio chiflado. La mayoría de los jóvenes de talento que he encontrado en este país me dan la impresión de estar un poco mal de la cabeza. ¿Cómo podría no ser así? Viven en medio de gorilas espirituales, de monomaníacos de la comida y de la bebida, de adoradores del éxito, inventores de nuevos aparatos, tiburones de la publicidad. Dios mío, si yo fuera joven en la actualidad, si tuviera que enfrentar un mundo como el que hemos creado, creo que me pegaría un tiro. O tal vez, como Sócrates, me iría en dirección al mercado y dejaría caer mi semilla en la tierra. Por cierto que nunca se me ocurriría escribir un libro o pintar un cuadro o componer una pieza musical.  ¿Para quién? ¿Quién, fuera de un puñado de almas desesperadas, puede reconocer una obra de arte? ¿Qué puede hacer uno con uno mismo cuando ha dedicado su vida a la belleza? ¿Encarar la perspectiva de terminar el resto de la vida dentro de una camisa de fuerza?"

Henry Miller.


Ayer me tocó dejar la bici en Paral·lel y cruzar Sant Antoni andando para llegar hasta Carretes.
Sant Antoni es un Eixample wannabe: la cuadrícula está, los edificios son, pero el conjunto no; no acaba de.
Cruzando Sant Antoni a pie un sábado, a las once de la noche, si se evita la calle Parlament -ese último hype-, uno sólo se cruza con paseadores de perro. Es un poco perro, el paseador de perro; un poco perro, un poco árbol y un poco sueño. Y aburrimiento. No es. Yo era paseante, porque iba hacia casa pero no: iba a casa del vecino, que hacía una fiesta en la que yo no iba a conocer a nadie. Así que tan conocido era el camino como desconocido era el destino. Y eso era pasear. Si se le pregunta a un paseante a dónde va, el paseante o responde no sé o responde paseo. Y eso es responder con presente a una pregunta de futuro. Tan indefinido es el destino que acaba pesando más el hecho de andar. Y para contrarrestar el peso de los pies, uno acaba centrándose en la cabeza. Por eso se piensa cuando se pasea. Sobre todo a las once de la noche. Sobre todo cuando el camino te da igual.

En la fiesta acabé hablando del Eixample, del Raval y de Gracia con una de Nebraska que se llamaba Crista. Y fue un poco como pasear también: todo me daba bastante igual.

Luego, cuando acabé, por encargo del anfitrión, con el abrigo puesto, vigilando la pizza que se estaba haciendo en el horno; cuando me di cuenta de que el horno estaba encendido sólo por abajo y esa pizza, así, no se iba a acabar nunca de hacer, pensé que sólo me faltaba el perro, y decidí que ya bastaba de deambular.

Hoy llevo toda la mañana escuchando esto:
Bestiola by Hidrogenesse on Grooveshark
No sé si tendrá algo que ver.
Fin.

dijous, 11 d’abril del 2013

Si la gente fuera como tiene que ser, si tuviera un mínimo de pudor, un mínimo de respeto, a nadie, NADIE, se le ocurriría, en una clase de, pongamos, 30 alumnos, utilizar a su hijo para hacerles cambiar a los otros 29 una cosa tan básica y elemental como es el idioma.

Si las cosas fueran como tienen que ser, un padre que se acogiera en esta ley por la cual, cuando un sólo alumno lo pide, la clase pasa a hacerse en castellano, tendría primero que pasar por el trago de admitir que su hijo es incapaz de entender un idioma sencillo, incapaz de aprender un idioma nuevo; admitir, en fin -ya que todo el mundo sabe que los críos son esponjas y que la infancia es la mejor edad para aprender idiomas en tiempo récord- que a su hijo le falla la capacidad intelectual.

Mi sobrina Maria tiene una niñera que le habla en inglés. El día después de reyes, montó la pataleta porque no quería ir al cole. Mi hermana le dijo: "entonces, ¿qué? ¿Te quedas en casa con Lynn?" Ella montó aún más la pataleta entre gritos de "¡No! ¡Que no le entiendoooo!" ¿Ustedes se creen que mi hermana, ni por un momento, tuvo la duda de que la pataleta no era nada más que una demanda de prórroga de las vacaciones? ¿Creen que por un momento se paró preocupada a pensar si la niña realmente pasaba un mal rato cada vez que se quedaba con la niñera porque no entendía nada de lo que le decía? Y ¿creen que si, realmente, mi hermana hubiera visto que la niña era incapaz de comunicarse con Lynn, no se hubiera llevado el disgusto padre al ver que María no tenía la capacidad de aprendizaje que el resto de los niños parece que tienen?

María ese día fue al cole y, por la tarde, estuvo en casa con Lynn hasta que llegó mi hermana. Al día siguiente también. Y al siguiente también. Resultado: María entiende perfectamente el inglés infantil, que es el que le toca entender de momento, que Lynn le habla.

En un mundo normal, si un niño, en el cole, es incapaz de entender las matemáticas, el reto del profe y de los padres, será hacer que las entienda, no hacer que en esa clase deje de impartirse la asignatura de matemáticas.

Cuando el niño realmente tiene una incapacidad de aprendizaje, tú, padre, coges al niño y lo llevas a un colegio que se adaptara más a sus necesidades. Cuando el niño no tiene esta incapacidad, y tú, padre, pides que toda una clase se adapte, en realidad lo que estás pidiendo es que la clase, el mundo, se adapte a ti, porque la incapacidad la tienes tú, y al pobre niño le estás haciendo la pascua.

dilluns, 8 d’abril del 2013



 
(Yo creo que Mike Leigh sabe que, al menos para mí, esto que hace es cine de TERROR.)

diumenge, 7 d’abril del 2013


Coge Nacho Vegas y se sube a un escenario para enseñarte unos trozos de películas de Mike Leigh. Y es como si te presentara a sus padres: igual. Como si un amigo te invitara a tomar un café a su casa coincidiendo con que su madre está de visita y, entre clink, clinks, cucharilla contra loza, escucharas una de sus típicas muletillas dicha con voz veinte años más vieja. Descubres de repente que el amigo no te estaba contando todo este tiempo historietas, anecdotillas de su día a día, sino que estaba haciendo todo un despliegue de filosofía de vida heredada; y entiendan por filosofía de vida todo tipo de manías, traumas, cosas mal asumidas o que no hay manera de asumir y que sólo dejan ser cantadas, filmadas y puestas allá sobre la mesa, bajo un título que diga "Éste soy yo".

Así que empieza el concierto y, en el tonto de Career Girls, ves a Simón diciendo "no os importo"; y en las dos protas, a los dos colegas bajando el colchón y pensando en él a todas horas. Ves a gente que, dando, pide (igual que Marilyn la particular); a la señora que no puede cambiar de vida (como el insomne de Seronda); a gente que, preguntando, la clava (como los bobos; como todo el género bobo). Y a lo largo de los tres cuartos de hora -cortísimos- que dura la cosa, en algún momento, seguro, te acabas viendo a ti mismo también, por lo mismo que lo de la madre del amigo: porque las anécdotas de Vegas y Leigh ahora ves que son filosofías, humanidades enteras.

Empiezan a pasar los créditos y tú miras a tu compañero con el horror del ¿no habrá acabado ya? Marchan los músicos y vuelven a salir para dar la propinilla de los cuatro hits que todo el mundo quiere cuando compra una entrada de Vegas, otra vez el de las anécdotas. Hits que sólo sirven para que las tres petardas que tienes en la fila de delante, tengan su momento gruppie, canten, se rían y hagan UOOH! levantando los brazos. Yo también quería mi momento UOOH! entonces, de acuerdo: también soy fan del piquito de epate, pero ahora, pensándolo bien a noche dormida, si hubiera acabado con los créditos, si lo hubiera dejado ahí, no quedándose un ratito más una vez Leigh había marchado ya, habría sido redondo, concentrado, poderosísimo. Un gran menos es más. Arte puro.

dissabte, 6 d’abril del 2013


Hoy me nuvolizo y pillo prestado para esta palestra un artículo en dos tiempos de Gregorio Morán sobre Salvador Espriu. Es que tiene la fuerza del puñetazo triste en la mesa de las tardes otoñales en las que, por supuesto, llueve.

"... ha sido designado un tal Bru de Sala como comisario del centenario Espriu. No podían haber escogido a un tipo más representativo de todo aquello que un intelectual como Salvador Espriu hubiera despreciado."

Respeto.

dijous, 4 d’abril del 2013


Sant Jordi, haz conmigo lo que quieras, baby.

Tengo el 23 de abril marcado en rojo en la agenda, pero en blanco. Es como un agujero que otra gente, a base de mails y encuentros en bares, me va rellenando. Ayer por la mañana, Jan me escribía preguntándome si tenía algún inconveniente con estar un rato en la fábrica Moritz; que sea a la hora del vermut, le respondía yo. También ayer por la noche, Damià me decía: al mediodía vas a estar en mi librería, después de los de Mongolia; pues vaya papelón, le decía yo. Hace unos días, Octavio me mandaba un mail diciéndome que me reservaba hueco en la Fnac; a ver al lado de quién me pones; al lado de Noguera o de la abuela de Cuéntame, me decía él; y yo: ¡De Noguera, de Noguera!. También está el stand de Blackie en Gràcia. Y, por la noche, Todó quiere ir de fiesta, pero esa es otra historia.

¿Qué hay que hacer? ¿Tengo que llevar el boli y la carmanyola? ¿Llevo mejor dos bolis? Miqui Otero cuenta que la primera vez que firmó, le tuvo que dejar el boli a Albert Espinosa, que lo tenía al lado y se le había acabado la tinta.

Pregunto todo esto porque el otro día Ben Brooks me dijo que no había estado nunca por Sant Jordi en Barcelona, y yo le dije: uuuuyy... ya veráááás... como si yo supiera de qué va la cosa desde ese lado de la mesa.

Marina Espasa, Ruiz Zafón y demás gente curtida en estas batallas, help me!

dimecres, 3 d’abril del 2013


Fofó, Torrebruno, Xuxa y Leticia Sabater entendieron mejor de qué va la tele que Rajoy y su gente. Si los primeros utilizaban el medio para salirse de él, para ponernos a todos los críos a gritar tigres y a gritar leones olvidándonos de si éramos de unos o éramos de otros (no sé en sus casas, pero en la mía todos lo gritábamos todo, que era lo mismo que pasar de rivalidades para gritar incondicionalmente y de corazón "viva Torrebruno"), la panda del presidente ha entendido la caja tonta para encerrarse dentro; la ha entendido como campana de vidrio, olvidándose que ésta, más que para protegerte, está ahí para exponerte; que vale que no entrará polvo, pero no olvidemos que lo de dentro suele estar ensartado en un alfiler.

Rajoy, por no querer exponerse, se expone demasiado; sólo falta que le pongan debajo un cartelito en cursiva que diga "presidente del reino" en latín y que nos cansemos todos de mirarlo fijamente, esperando a que un día, pronto, deje de mover las patitas; es lo que tiene el disecado, que no hace falta hacer nada más: ni abrir ni rellenar ni volver a cerrar; que ya se lo hacen todo ellos: se consumen por dentro y se quedan en el cascarón, para los anales de la historia.

Está tan desfasado Rajoy que, mientras pensaba en la manera de utilizarlo a su favor, no se ha dado cuenta de que ni siquiera había entendido el medio; como quien usa el garaje de desván y el coche que tiene dentro como armario de los trastos, y no se da cuenta de que, si ha acabado haciendo esto, no es por la cosa práctica sino porque, en realidad, no tiene ni idea de conducir.

Los de El Diario han sido los primeros en cansarse de mirarlo; todos deberían seguir su camino para que, ya que faltan agallas para romper la campana, al menos la naturaleza siga su curso putrefactor, como hizo con Franco, como hizo con la polilla que un tiempo después encontramos enterita y sequita entre las toallas del cajón; que solución digna, digna, todos sabemos que no lo es, pero es que esa parece ser también la cutrísima naturaleza de éste nuestro disecador país.