dimecres, 7 de desembre del 2016


Aprovecho que han colgado en Núvol la crónica de la mesa redonda en la que participé hace unos días para explicar alguna de las cosas que quise decir aquel día.

(Nota: yo siempre hablo de libros, pero aplíquese todo a cine, teatro, danza, arte, tecnología, ciencia... qué se yo.)

Bernat Ruiz empezó contando cómo los medios se gastaban los medios (juas) en dar informaciones irrelevantes del tipo: el Barça se ha subido a un avión. Y efectivamente, en las imágenes retransmitidas por una unidad móvil que habían enviado al aeropuerto (cosa que cuesta un pastón in-de-cen-te) se veía con toda nitidez cómo unos cuantos señores se subían a un avión. Como veía que el discurso iba a tirar de nuevo por la eterna contraposición libros-fútbol en los medios, esperé mi turno de palabra para decir que no, que por ahí no; que ya estaba ese tema; que sí, que el fútbol domina en la tele a saco, pero creo que repetir sin parar que en la tele hay mucho fútbol es como decir que unos señores se están subiendo a un avión y meter imágenes que enseñan cómo los señores se suben al avión.

Yo, desde que hace unos meses petó la cosa de la falta de cultura en los medios, le llevo dando vueltas a la idea de que (ya lo decía hace un par de entradas en este blog) una de las maneras de que las cosas estén en la cabeza de la gente es que las cosas salgan por la tele o por la radio; así, en este orden: lo que sale en los medios acaba en las cabezas. Parece en cambio que, en la carrera por conseguir audiencia, la tortilla se ha dado la vuelta y ahora los medios funcionan al revés: vamos a darle a la gente más de eso que ya tiene en la cabeza, esto es, vamos a seguir el camino fácil, a explotar la veta, sin darse cuenta de que fueron ellos, los medios, los que crearon esa veta. Por eso dije en la mesa redonda que parecía que los que deciden los contenidos ya no eran conscientes de su responsabilidad primera que, dicho sea de paso, también es su poder.

Conté que la gente funciona, se mueve, por aficiones y que nadie nace con una afición programada; que si alguien, en su vida, no tiene ninguna referencia de que existe la ornitología, aunque vea de vez en cuando un pajarito, es muy poco probable que se aficione a prestarles interés; que tiene que haber un contacto directo con alguien que le explique cuatro cosas con un poco de profundidad sobre el pajarito en cuestión para que en su cabeza se despierte la curiosidad. Dije que lo mismo pasaba con el fútbol: si uno nace en una casa sin tele en la que nadie habla de fútbol y, por lo que sea, va a parar a un grupo de amigos cero aficionados, es muy difícil que le surjan de la nada las ganas de ver un partido, de saber qué es un penalty o de enterarse del nombre del seleccionador nacional. Pasa que en las casas propias hay teles y en las de los amigos también. Y que en las teles hablan de fútbol, hablan de fútbol sin parar, de hecho; y es éste y no otro el motivo por el que se cuentan por miles las personas que sin haber jugado al fúbol en su vida ni tener ninguna intención de hacerlo, te pueden recitar de memoria los últimos cuatro goles del Barça, decirte de dónde es tal jugador que acaban de fichar o contarte cómo han quedado distribuidos los equipos en el último sorteo de la Eurocopa.

Fue después de decir más o menos todo esto cuando planteé en la mesa redonda que si sabíamos que tanto fútbol en la tele había provocado todo este conocimiento y toda esta afición, no podríamos plantear esto como un punto de partida para los libros; que si no era lógico pensar que aumentando el tiempo que los medios les dedican a los libros acabaríamos teniendo una sociedad llena de gente que, a lo mejor no leía tanto pero que sabría perfectamente quién es Hemingway, cómo escribía, sobre qué temas, de dónde era, por qué fue importante, con qué otros escritores se relacionó; y que llegado el momento, cuando tuvieran un hijo, igual que ahora cogen y le compran un balón, le comprarían también un libro.

Mi intención, no sé si lo conseguí, era recordar que tienen que ser los medios los generadores de audiencias y denunciar que lo que están haciendo ahora es simplemente ir detrás de una audiencia ya generada hace años, o sea, que no están haciendo su trabajo, que están eludiendo una responsabilidad.

Era eso, sí: una denuncia como una casa, la que estaba haciendo yo ahí en la mesa redonda. Y no había ningún representante de los medios entre el público para escucharla; ¿se necesita alguna prueba más para ver a qué nivel está eludiendo esta gente su responsabilidad?

dissabte, 3 de desembre del 2016


Estaba fregando los platos en la librería y una señora ha venido hasta el fregadero y se ha esperado a que me secara las manos para que le mirara si teníamos un libro. No teníamos el libro.

Analicemos la situación:
  1. Fregar los platos en horario de atención al público.
  2. Clienta que tiene que venir a buscarme.
  3. Clienta que espera.
  4. No tener el libro.
En el mundo de las auditorías suspenderíamos rotundamente en el camino de la consecución del sello de calidad.

Pero:
  1. El libro que buscaba la señora era ESTO.
Una auditoría técnica no tiene manera de valorar qué libros no tenemos ni los motivos por los que no los tenemos ni si nuestro fondo está integrado o no por libros de calidad literaria, científica o técnica ni la aptitud de los libreros para recomendar sobre la marcha libros que cumplan estos criterios de calidad o para programar actividades de calidad también.

Todo esto es lo que algunos libreros les estamos intentando explicar al Gremi de Llibreters y al Departament de Cultura de la Generalitat; ambas instituciones están dispuestas a gastarse dinero público en implantar estas auditorías inútiles, cuando hay tantas otras cosas por hacer.